miércoles, 10 de agosto de 2016

Los tres osos.

Los tres osos.

Narrador: Había una vez tres osos que vivían juntos, en una casa en mitad del bosque. Uno de ellos era un oso muy, muy pequeño; el segundo era un oso de tamaño mediano y el tercero era un enorme oso.
Cada uno de ellos tenía una escudilla para su sopa; una escudilla pequeñita para el oso pequeñito, una escudilla mediana para el oso mediano, y una escudilla grandísima, para el enorme, enorme oso.
Y cada uno tenía una silla para sentarse: una silla pequeña para el oso pequeñito, una silla mediana para el oso mediano, y una silla muy grande para el oso grande.
Y tenían también cada uno una cama para acostarse, una cama grandísima para el oso grande, una cama mediana para el oso mediano, y una cama pequeñita, pequeñita, para el pequeño, pequeñísimo oso.
Un día, después de haber cocido sus sopas y haberlas vertido en sus escudillas, fueron a dar un paseo por el bosque, mientras la sopa se enfriaba. Era una sopa buenísima.
Y mientras se paseaban, llegó a la casa una niña llamada Ricitos de Oro. No conocía aquel sitio, ni había visto jamás la casita de los osos. Era una casita tan graciosa que olvidó todas las reglas que su mamá le recordaba siempre.
Miró por la ventana, después por el ojo de la cerradura y, viendo que no había nadie en la habitación, abrió la puerta y entró. Se relamió de gusto al ver la comida que se enfriaba sobre la mesa.
Si Ricitos de Oro hubiera recordado lo que su mamá le decía siempre, habría esperado la vuelta de los osos y seguramente ellos le habrían dado un poco de sus sopas porque eran muy buenos.
Un poco bruscos ¡claro!, es su manera de ser.
Pero, a pesar de ello, muy acogedores. Pero Ricitos de Oro lo olvidó todo y ella misma, se sirvió.
Primero la sopa del oso grande, pero estaba demasiado caliente.
Después probó la sopa del oso mediano, pero estaba demasiado fría.
Entonces fue hacia la escudilla del oso pequeño y también la probó. No estaba ni fría ni caliente, sino en su justo punto; tan buena la encontró que se la comió toda.
Después Ricitos de Oro se subió a la silla del oso grande pero la encontró demasiado dura.
Probó después la del oso mediano, pero la encontró demasiado blanda.
Entonces probó la silla del oso pequeño y no la encontró ni demasiado dura ni demasiado blanda, sino justo como debía ser. Se hundió tan profundamente en el fondo de la silla que se rompió.
Se levantó, subió por la escalera y entró en la habitación de arriba donde estaban las tres camas de los osos. También probó las tres camas y se acostó finalmente sobre la cama del oso pequeño. Ricitos de Oro se tapó con la colcha y se durmió profundamente.
Entre tanto, los osos se dirigían hacia su casa. Ricitos de Oro había dejado las cucharas dentro de las escudillas.
Oso grande: ¡Alguien ha tocado mi sopa!
Narrador: Y cuando el oso mediano miró su escudilla, vio que la cuchara también estaba dentro.
Oso mediano: ¡Alguien también ha tocado mi sopa!
Oso pequeño: ¡Alguien ha tocado mi sopa y se la ha comido toda!
Narrador: Al ver esto, los tres osos comprendieron que alguien había entrado en la casa y se dispusieron a buscar a su alrededor.
Oso grande: ¡Alguien se ha sentado en mi silla!
Oso mediano: ¡Alguien se ha sentado en mi silla!
Oso pequeño: ¡Alguien se ha sentado en mi silla y la ha roto completamente, ¡oh, oh, oh!
Narrador: Entonces, al ver los osos que allí no encontraban nada, decidieron subir a la habitación de arriba. Pero Ricitos de Oro había cambiado de lugar la almohada y el edredón.
Oso grande: ¡Alguien se ha acostado en mi cama!
Oso mediano: ¡Alguien se ha acostado en mi cama!
Narrador: Y cuando el pequeño, pequeñísimo oso fue a mirar la suya, encontró que la almohada estaba en su sitio, que el edredón estaba en su sitio, y... sobre la almohada vio algo dorado, era... ¡el pelo de Ricitos de Oro!
Oso pequeño: Alguien se ha acostado en mi cama y... ¡todavía está en ella!
Narrador: Ricitos de Oro había oído durante su sueño el vozarrón del oso grande, pero creyó que era un trueno. Luego, había oído la voz mediana del oso mediano, pero creyó que le hablaban en sueños.
Pero la voz aflautada del oso pequeño traspasó sus oídos y la despertó. Se sentó sobre la cama y, cuando vio los tres osos a un lado, saltó por el otro, y corrió hacia la ventana. La ventana estaba abierta y Ricitos de Oro saltó por ella y corrió a casa con su mamá, tan deprisa como sus piernas pudieron llevarla.


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