jueves, 11 de febrero de 2016

Los trabajos de Hércules II

Los trabajos de Hércules II.
(Basado en Los doce trabajos de Hércules, Christian Grenier, Anaya, y Los trabajos de Hércules, Milan)

Narradora: Hércules había realizado siete trabajos para su primo Euristeo, pero aún debía de saldar su deuda para expiar su culpa con seis terribles tareas más. Atrapó a la cierva de los pies de bronce; se apoderó del cinturón de Hipólita, reina de las Amazonas; robó los bueyes de Gerión; custodiados por un perro de dos cabezas y un dragón de siete; limpió los establos del rey Augías, desviando la corriente de un río, que albergaban tres mil bueyes y no habían sido limpiados en treinta años; pero, sin duda, la tarea más complicada fue cuando su primo Euristeo le ordenó que realizara el que sería su último trabajo:
Euristeo: Hércules, quiero que me traigas a Cerbero, el guardián de los infiernos.
Hércules: ¡Euristeo, sabes que es una locura! ¡Sabes que solo los muertos pueden acceder a la región del Tártaro! ¡Nadie conoce donde se encuentra la cueva por la que penetrar al reino de Plutón!
Euristeo: ¡Tráeme a Cerbero y habrás cumplido las órdenes del oráculo!
Narradora: Efectivamente, Hércules debía visitar una región subterránea, el Tártaro, donde el dios Plutón gobernaba el reino de los muertos, si quería saldar su deuda. Caronte era el barquero encargado de que las almas atravesaran el río Estigio. Ya en la otra orilla, se abrían las puertas del Tártaro. Nadie podía regresar. El can Cerbero, un perro con tres cabezas y cola de dragón, guardaba las puertas siempre abiertas para que ninguna alma pudiera salir.
Júpiter, consciente de la dificultad de la tarea, mandó a Mercurio que lo llevase a la caverna que comunicaba con el reino subterráneo. Ya en el interior apareció un lago de hirvientes aguas negras que emitían un hedor nauseabundo. Una barca más negra que el propio río, conducida por un arisco y barbado anciano, apareció entre las sombras.
Almas ambiente: ¡Déjame subir, déjame subir! ¡Te lo suplico!¡Cógeme a mi, barquero, traigo las monedas para el viaje! ¡Caronte, apiádate de nosotros! ¡No nos vuelvas a dejar en esta infecta orilla! ¡Por piedad, sácanos de aquí!
Caronte: ¡Apartaos! ¡Apartaos! ¡No, tú no, baja de la barca! Al morir no pensante en meter en tu boca el óbolo para pagar el viaje, ¿verdad? Vete a penar a la orilla que prefieras de los cuatro ríos otros cien años, miserable. ¡Apartaos, os he dicho!
Mercurio: Caronte, ¿me recuerdas?
Caronte: Como no. Bien sé que sois Mercurio, el hijo de Júpiter.
Mercurio: Es voluntad de mi padre que llevéis a Hércules a la otra orilla.
Caronte: Pero bien sabéis...
Mercurio: Sin rechistar, ¿entendido? A él solo en ese viaje.
Caronte: Así sea. No seré yo quien se niegue a la voluntad de los dioses.
Mercurio: Aquí termina mi misión. Ahora tendrás que arreglártelas tú solo.
Caronte: ¡No te muevas, joven! ¡Vas a conseguir que nos caigamos a las aguas mágicas del Estigio!
Hércules: ¡Aquiles bien que se bañó en ellas!
Caronte: No sé bañó. Su madre, para que fuera inmortal, lo sumergió en las aguas del río cuando era un niño. Pero como lo sostuvo por el talón, esa parte de su cuerpo quedó vulnerable. Cuidado, que vamos a atracar. Y un buen día, Aquiles encontró la muerte por una flecha clavada en el talón.
Hércules: ¿Qué camino he de tomar ahora?
Caronte: Ese es el Campo de la Verdad. Allí es donde los ayudantes de Plutón pesan las almas de los muertos. Las almas buenas serán enviadas a los Campos Elíseos por aquel camino que asciende; sin embargos, los pecadores, se verán condenados a las profundidades del Tártaro. Tomad el sendero que baja si es a ese nefasto lugar a donde queréis ir.
Narradora: Algo después, Hércules atravesó dos puertas monumentales y vio al dios Plutón sentado en su trono.
Plutón: ¿Quién eres?
Hércules: Mi nombre es Hércules. Mi primo Euristeo, al que debo obediencia, me ha ordenado que le lleve tu perro, Cerbero.
Plutón: ¡Desde luego no te falta valor! Conozco tu fama. ¿Así que quieres enfrentarte a él? Está bien. Pero lo harás sin ningún arma. Y bien, Cerbero, ¿a qué esperas para atacar y morder?
Narradora: Hércules agarró al animal por el cuello y apretó hasta sofocarlo. Sus gemidos se hicieron cada vez más débiles.
Plutón: ¡Espera! No mates a mi fiel Cerbero. Toma esta correa para que te lo puedas llevar. Sin él las sombras podrán escapar de mi reino.
Narradora: En el camino de regreso hacia Tirinto, por su mente pasó todo lo que su primo le había encargado: las doce hazañas y los ocho años de servicio. Ya en los muros de la ciudad...
Hércules: Euristeo, aquí tienes lo que me pediste; al guardián del Tártaro.
Euristeo: Pero...¿es Cerbero? ¿El guardián de los Infiernos? Y... ¿lo has traído hasta aquí?
Hércules: ¿No es eso lo que querías?
Euristeo: Has conseguido llevar a cabo todos los trabajos que te impuse, Hércules. Has logrado tu libertad y has ganado.
Hércules: No te confundas Euristeo, en esta partida tú y yo sólo hemos sido simples peones en manos de los dioses, que dirimían sus diferencias valiéndose de nosotros.
Euristeo: Contéstame, Hércules, ¿qué ocurrirá ahora con las sombras..., con las almas de los muertos...?
Hércules: Tarde te acuerdas de las consecuencias de tu desafío al mismísimo Plutón. Ahora nada les impedirá salir del Tártaro.
Euristeo: ¡Hércules, te lo ruego, ve y devuelve este animal a su amo!
Hércules: ¿No juraste que mi último trabajo sería capturar a Cerbero? ¿Aún tendré que hacer una tarea más?
Euristeo: ¡Hércules, hazlo por mí!
Hércules: ¿Por ti? No, Euristeo, por ti, no; lo haré por el bien de todos, para que aquellos que han maltratado a sus semejantes permanezcan para siempre en los Infiernos.
Narradora: A la mañana siguiente, volvió a emprender el camino hacia los Infiernos y devolvió a Cerbero a su amo.
Absuelto de sus faltas y liberado de los castigos a los que había sido condenado, sentía su mente liberada y su corazón ligero. Al final de su existencia, tras un último suplicio, su alma regresaría al Olimpo, a casa de su padre divino.


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miércoles, 3 de febrero de 2016

Los trabajos de Hércules I



Los trabajos de Hércules I.
(Basado en Los doce trabajos de Hércules, Christian Grenier, Anaya, y Los trabajos de Hércules, Milan)

Narrador: Hércules se dirigió a Tirinto para ponerse a las órdenes de su primo, Euristeo, rey de la ciudad, y así realizar durante ocho años los trabajos que aquél le ordenase; única forma de lavar sus crímenes ante los dioses.
Venció al terrible León de Nemea que, invulnerable a cualquier tipo de armas, Hércules estranguló con sus propias manos. Dio caza al gigantesco Jabalí del monte Erimanto tras cinco días de persecución sin tregua. Se enfrentó a Las aves del lago Estimfalo, que devoraban a los hombres y a los rebaños; con El toro de Creta; con Los caballos del rey Diomedes, que se alimentaban de carne humana; con La hidra del pantano de Lerna, cuyas cabezas volvían a crecer cada vez que se las cortaba. Hércules salió vencedor de todas esas empresas gracias no sólo al empleo se la fuerza sino también de la inteligencia.
Un día, el cruel Euristeo, le dijo:
Euristeo: Hércules, quiero que me traigas las manzanas doradas del jardín de las Hespérides.
Hércules: Euristeo, nadie sabe dónde se encuentra ese jardín. Además, sus manzanas son sagradas; fueron el regalo que Gea hizo a Juno con motivo de su matrimonio con Júpiter.
Euristeo: ¿Acaso olvidas que has de obedecer mis órdenes, Hércules? Márchate, y cuanto antes mejor. ¡Y no vuelvas si no es con ellas...!
Narrador: Tras una larga e infructuosa búsqueda, las ninfas del río Eridán le dijeron:
Ninfa: Nosotras no lo sabemos, pero pregúntale a nuestro padre.
Hércules: ¿Vuestro padre?
Ninfa: Sí, el dios Nereo. Lo encontrarás dormitando a la sombra de una roca. Es un anciano lleno de arrugas.
Nereo: ¡Insolente! ¿Cómo te atreves a interrumpir mi sueño?
Narrador: Al instante, Nereo, se transformó en un león y se abalanzó sobre él. Hércules no tardó en dominar a la fiera. Luego, Nereo, se convirtió en una serpiente y agarrándola por el cuello...:
Hércules: Nereo, no me das miedo...
Nereo: ¡Jajaja! ¡Está bien, Hércules, no cabe duda que eres obstinado! Has de saber que el jardín de las Hespérides se encuentra cerca del famoso monte Atlas.
Hercules: ¿Donde habita el gigante que sostiene la bóveda celeste?
Nereo: Efectivamente. Pero ten cuidado, Hércules, porque Ladón, el dragón de cien cabezas, custodia la entrada al jardín.
Hercules: No le tengo miedo.
Nereo: Hazme caso, emplea tu astucia y procura que sea el mismo Atlas quien consigas las manzanas por ti.
Hercules: Nereo, ¿cómo podré agradecértelo?
Nereo: Sigue tu camino y deja que siga durmiendo la siesta.
Narrador: Caminaba ya cerca de las cimas del monte Atlas cuando se quedó maravillado al contemplar en el pico de la montaña al gigante más impresionante que jamás hubiera conocido. Sus brazos sostenían por encima de su cabeza la inmensa bóveda celeste. Hércules le explicó quién era y por qué estaba allí.
Atlas: Sólo tienes que pedirle al fiel guardián del jardín, Ladón, que te lleve hasta el árbol.
Hercules: Escucha, te propongo sustituirte mientras tu vas por la manzanas doradas; así podrás descansar.
Atlas: ¿Estarías dispuesto a hacer eso por mi?
Hercules: Lo intentaré, Atlas, pero tendrás que darte prisa, pues no soy tan fuerte como tú.
Narrador: Atlas se alejó mientras Hércules con el paso del tiempo se impacientaba y temía no poder resistir. De repente, lo vio aparecer portando una cesta en la que resplandecían las manzanas doradas.
Hercules: Temí que no volvieras.
Atlas: He estado pensando que sostienes muy bien la bóveda celeste y que seré yo el que vaya a llevarle las manzanas a Euristeo. Así te ahorro el viaje de vuelta y yo podré darme un paseo. !Jajaja! ¡Estoy encantado de haber encontrado sustituto!
Hercules: ¡Espera, espera! No te marches aún. El cielo no está bien acomodado en mis hombros. ¡Ayúdame a equilibrar bien el peso antes de partir!
Atlas: ¡Qué quieres que haga?
Hercules: Sostenlo un momento mientras yo adopta la postura adecuada. Así, eso es, muy bien, cógela tú ahora!
Narrador: Hércules le pasó el pesado fardo y luego le dijo:
Hercules: Te agradezco que depositaras tanta confianza en mi, pero debo ser yo el que entregue esas manzanas a Euristeo. Sigue así, que lo haces muy bien. Sin duda, eres el más adecuado para sostener el cielo.
Narrador: Cuando llegó a Tirinto, Euristeo, asustado, al ver las manzanas dijo:
Euristeo: ¡Hércules! Estas frutas son de Juno, sé que son sagradas. No pensé que las conseguirías...¡quédatelas tú, no las quiero volver a ver!
Narrador: Minerva, diosa de la guerra y de la sabiduría, que sabía los peligros que corría Hércules al tener las manzanas propiedad de Juno, se le apareció en sueños:
Minerva: Hércules, puedes estar tranquilo. Vengo a recuperar las manzanas de oro. Yo misma las devolveré.
Narrador: Cuando Hércules despertó, en el cesto ya no había nada más que unas extrañas frutas, para él desconocidas, que se parecían vagamente a las famosas manzanas. Hércules probó su zumo; su sabor era ácido y delicioso. Aquellas frutas que Minerva había colocado en el lugar de las manzanas de oro se llamarían más tarde igual que su color: naranjas.
A Hércules aún le quedaban más trabajos que realizar para expiar su culpa, pero esa..., esa es otra historia.

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