Los
trabajos de Hércules II.
(Basado
en Los doce trabajos de Hércules, Christian Grenier, Anaya, y Los
trabajos de Hércules, Milan)
Narradora:
Hércules había realizado siete trabajos para su primo Euristeo,
pero aún debía de saldar su deuda para expiar su culpa con seis
terribles tareas más. Atrapó a la cierva
de los pies de bronce;
se apoderó del cinturón
de Hipólita,
reina de las Amazonas; robó los bueyes
de Gerión;
custodiados por un perro de dos cabezas y un dragón de siete; limpió
los establos
del rey Augías, desviando
la corriente de un río, que albergaban tres mil bueyes y no habían
sido limpiados en treinta años;
pero,
sin duda, la tarea más complicada fue cuando su primo Euristeo le
ordenó que realizara el que sería su último trabajo:
Euristeo:
Hércules, quiero que me traigas a Cerbero, el guardián de los
infiernos.
Hércules:
¡Euristeo, sabes que es una locura! ¡Sabes que solo los muertos
pueden acceder a la región del Tártaro! ¡Nadie conoce donde se
encuentra la cueva por la que penetrar al reino de Plutón!
Euristeo:
¡Tráeme a Cerbero y habrás cumplido las órdenes del oráculo!
Narradora:
Efectivamente, Hércules debía visitar una región subterránea, el
Tártaro, donde el dios Plutón gobernaba el reino de los muertos, si
quería saldar su deuda. Caronte era el barquero encargado de que las
almas atravesaran el río Estigio. Ya en la otra orilla, se abrían
las puertas del Tártaro. Nadie podía regresar. El can Cerbero, un
perro con tres cabezas y cola de dragón, guardaba las puertas
siempre abiertas para que ninguna alma pudiera salir.
Júpiter, consciente de la
dificultad de la tarea, mandó a Mercurio que lo llevase a la caverna
que comunicaba con el reino subterráneo. Ya en el interior apareció
un lago de hirvientes aguas negras que emitían un hedor nauseabundo.
Una barca más negra que el propio río, conducida por un arisco y
barbado anciano, apareció entre las sombras.
Almas
ambiente:
¡Déjame subir, déjame subir! ¡Te lo suplico!¡Cógeme a mi,
barquero, traigo las monedas para el viaje! ¡Caronte, apiádate de
nosotros! ¡No nos vuelvas a dejar en esta infecta orilla! ¡Por
piedad, sácanos de aquí!
Caronte:
¡Apartaos! ¡Apartaos! ¡No, tú no, baja de la barca! Al morir no
pensante en meter en tu boca el óbolo para pagar el viaje, ¿verdad?
Vete a penar a la orilla que prefieras de los cuatro ríos otros cien
años, miserable. ¡Apartaos, os he dicho!
Mercurio:
Caronte, ¿me recuerdas?
Caronte:
Como no. Bien sé que sois Mercurio, el hijo de Júpiter.
Mercurio:
Es voluntad de mi padre que llevéis a Hércules a la otra orilla.
Caronte:
Pero bien sabéis...
Mercurio:
Sin rechistar, ¿entendido? A él solo en ese viaje.
Caronte:
Así sea. No seré yo quien se niegue a la voluntad de los dioses.
Mercurio:
Aquí termina mi misión. Ahora tendrás que arreglártelas tú solo.
Caronte:
¡No te muevas, joven! ¡Vas a conseguir que nos caigamos a las aguas
mágicas del Estigio!
Hércules:
¡Aquiles bien que se bañó en ellas!
Caronte:
No sé bañó. Su madre, para que fuera inmortal, lo sumergió en las
aguas del río cuando era un niño. Pero como lo sostuvo por el
talón, esa parte de su cuerpo quedó vulnerable. Cuidado, que vamos
a atracar. Y un buen día, Aquiles encontró la muerte por una flecha
clavada en el talón.
Hércules:
¿Qué camino he de tomar ahora?
Caronte:
Ese es el Campo de la Verdad. Allí es donde los ayudantes de Plutón
pesan las almas de los muertos. Las almas buenas serán enviadas a
los Campos Elíseos por aquel camino que asciende; sin embargos, los
pecadores, se verán condenados a las profundidades del Tártaro.
Tomad el sendero que baja si es a ese nefasto lugar a donde queréis
ir.
Narradora:
Algo después, Hércules atravesó dos puertas monumentales y vio al
dios Plutón sentado en su trono.
Plutón:
¿Quién eres?
Hércules:
Mi nombre es Hércules. Mi primo Euristeo, al que debo obediencia, me
ha ordenado que le lleve tu perro, Cerbero.
Plutón:
¡Desde luego no te falta valor! Conozco tu fama. ¿Así que quieres
enfrentarte a él? Está bien. Pero lo harás sin ningún arma. Y
bien, Cerbero, ¿a qué esperas para atacar y morder?
Narradora:
Hércules agarró al animal por el cuello y apretó hasta sofocarlo.
Sus gemidos se hicieron cada vez más débiles.
Plutón:
¡Espera! No mates a mi fiel Cerbero. Toma esta correa para que te lo
puedas llevar. Sin él las sombras podrán escapar de mi reino.
Narradora:
En el camino de regreso hacia Tirinto, por su mente pasó todo lo que
su primo le había encargado: las doce hazañas y los ocho años de
servicio. Ya en los muros de la ciudad...
Hércules:
Euristeo, aquí tienes lo que me pediste; al guardián del Tártaro.
Euristeo:
Pero...¿es Cerbero? ¿El guardián de los Infiernos? Y... ¿lo has
traído hasta aquí?
Hércules:
¿No es eso lo que querías?
Euristeo:
Has conseguido llevar a cabo todos los trabajos que te impuse,
Hércules. Has logrado tu libertad y has ganado.
Hércules:
No te confundas Euristeo, en esta partida tú y yo sólo hemos sido
simples peones en manos de los dioses, que dirimían sus diferencias
valiéndose de nosotros.
Euristeo:
Contéstame, Hércules, ¿qué ocurrirá ahora con las sombras...,
con las almas de los muertos...?
Hércules:
Tarde te acuerdas de las consecuencias de tu desafío al mismísimo
Plutón. Ahora nada les impedirá salir del Tártaro.
Euristeo:
¡Hércules, te lo ruego, ve y devuelve este animal a su amo!
Hércules:
¿No juraste que mi último trabajo sería capturar a Cerbero? ¿Aún
tendré que hacer una tarea más?
Euristeo:
¡Hércules, hazlo por mí!
Hércules:
¿Por ti? No, Euristeo, por ti, no; lo haré por el bien de todos,
para que aquellos que han maltratado a sus semejantes permanezcan
para siempre en los Infiernos.
Narradora:
A la mañana siguiente, volvió a emprender el camino hacia los
Infiernos y devolvió a Cerbero a su amo.
Absuelto de sus faltas y liberado de
los castigos a los que había sido condenado, sentía su mente
liberada y su corazón ligero. Al final de su existencia, tras un
último suplicio, su alma regresaría al Olimpo, a casa de su padre
divino.