domingo, 18 de diciembre de 2016

Miguelín, el valiente


Miguelín, el Valiente.
(Antonio Rodríguez Almodóvar. Adaptado)
Narrador: Había una vez un matrimonio que tenía tres hijos. El menor de ellos se llamaba Miguelín y, aunque pequeño, era muy listo y valiente. Un día, como sus padres eran muy pobres, les dijeron que ya no podían seguir manteniéndolos y que tenían que salir a buscarse la vida.
Anda que anda, llegaron a una casa enorme cuando la noche se tragaba la luz de la tarde. Llamaron a la puerta y salió a recibirlos una horrible giganta:
Giganta: ¿Qué andáis buscando por aquí?
Miguelín: Nada, señora. Nos hemos perdido y no sabemos donde pasar la noche.
Giganta: Está bien, muchachos, podéis quedaros aquí. Os daré algo de cenar y mañana seguiréis vuestro camino. Pasad.
Narrador: El gigante se alegro mucho al verlos. Como sólo tenían una cama, arrimó a sus tres hijas, que ya estaban dormidas, al lado de la ventana y ellos se acostaron al filo de la cama. Miguelín sospechaba de tanta amabilidad y permanecía despierto. Le oyó decir al gigante:
Gigante: En cuanto se duerman les corto el pescuezo y ya tenemos comida para mañana.
Narrador: Miguelín despertó a sus hermanos:
Miguelín: Vamos, despertad, no hagáis ruido. Pasemos a las tres hijas al filo de la cama y hagámonos los dormidos.
Narrador: Llegó de puntillas en la oscuridad el gigante con un cuchillo y, sin saber que eran ellas, mató a sus tres hijas. Al amanecer los tres hermanos escaparon por una ventana.
Corriendo, corriendo llegaron al castillo del rey. Éste nombró a Miguelín consejero para asuntos de gigantes y sus hermanos le tomaron más envidia. Un día le dijeron al rey:
Hermano: Majestad, ¿sabe usted que el gigante tiene el caballo más hermoso del mundo, y que Miguelín es capaz de traéroslo?
Rey: Lo quiero, lo quiero. Miguelín, tráelo.
Narrador: Miguelín se puso en camino y cuando llegó a casa del gigante se coló en la cuadra entrando por la gatera. Le amarró al caballo unos trozos de sacos en la pezuñas para que no hiciera ruido al andar, se montó en él y, tan campante, se lo llevó al rey. Los hermanos se morían de la envidia.
Otro día le dijeron a la reina:
Hermano: Majestad, ¿sabe usted que la giganta tiene el loro más parlanchín que se haya visto y oído, y que Miguelín es capaz de traéroslo?
Narrador: Allá que fue otra vez Miguelín a casa de la giganta. Se metió por la gatera, llegó hasta el dormitorio y cuando fue a echarle mano al loro, éste empezó a gritar:
Loro: ¡Giganta, que me roban! ¡Giganta, que me roban!
Giganta: ¡Qué dices, mamarracho! ¡Si aquí no hay nadie...! ¡Toma para que no me despiertes más en una temporada!
Narrador: Y le dio un manotazo al loro que lo dejó listo. La giganta se volvió a dormir y pudo llevarse al loro como si tal cosa.
La reina quedó contentísima con su loro, pero la envidia crecía y crecía en los corazones de los hermanos. Otro día le dijeron a la hija del rey:
Hermano: Majestad, ¿sabe usted que en la cama de los gigantes está la manta más bonita del mundo, y que Miguelín dice que le gustaría traérosla para regalo de boda?
Narrador: Y Miguelín tuvo que volver por tercera vez a la casa de los gigantes. Se escondió debajo de la cama y comenzó a tirar de la manta:
Gigante: Giganta, deja de tirar de la manta o te doy un sopapo.
Giganta: ¡No soy yo quien tira, eres tú como siempre!
Gigante: ¿Yo...? !Ahora verás!
Narrador: Y comenzaron a perseguirse por la casa el uno al otro sin dejar de darse guantazos. Miguelín aprovechó la confusión para coger la manta y salir corriendo.
Cuando la princesa vio aquella manta tan preciosa se quedó enamoradita de Miguelín. El rey y la reina consintieron la boda, que fue muy sonada. Y Miguelín lo primero que hizo fue mandar a sus hermanos a casa de sus padres, cargados de regalos, para quitárselos de encima. Y colorín, colorado, este gigantesco cuento se ha acabado.



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