martes, 17 de mayo de 2016

La princesa está triste.







La princesa está triste.
(Carlo Frabetti. Adaptado)

Cortesano: !La princesa está triste!
Cortesana: ¿Qué tendrá la princesa?
Todos: ¡Oh, pobre princesa!

Narrador 1º: La cosa era para estar preocupados.
Narradora: Y sorprendidos.
Narrador 1º: Porque la princesa era joven, hermosa, inteligente...
Narradora: Tenía todo lo que una chica de su edad podía desear
Narrador 2º: Y más. Mucho más.
Narradora: De modo que a la pregunta...:
Todos: ¿Qué tendrá la princesa?
Narradora: Se podría contestar diciendo que la princesa lo tenía prácticamente todo.

Narrador 2º: Tenía más cosas de las que tú podrías pedir en un día.
Narrador 1º: Imagínate que te pasas un día entero pidiendo cosas a la mayor velocidad posible. Algo así como:
Narradora: Quiero una bicicleta unos patines una pelota un caballo un canguro un elefante un barco un globo un submarino un cofre lleno de monedas de oro una bossa de canicas una casita de chocolate un circo de pulgas una piscina una cama elástica un trapecio un columpio una cometa un teatro de marionetas...
Narrador 1º: Sin comas ni nada, para poder pedir más cosas por minuto.
Narrador 2º: Pues bien, si te pasaras un día entero pidiendo cosas sin parar y te las dieran todas, no tendrías tantas cosas como nuestra princesa.

Narradora: Algunas de las cosas de la lista anterior no las tenía, claro, pues era una princesa de las antiguas, de la época de los castillos y los caballeros andantes.
Narrador 2º: No tenía bicicleta, pues aún no se había inventado, y, por la misma razón, no tenía un globo ni un submarino.
Narrador 1º: No tenía un canguro, porque aún no se había descubierto Australia, que es donde viven los canguros.
Narradora: Tampoco tenía una casita de chocolate, pues aún no se había descubierto América, que es de donde procede el cacao.
Narrador 2º: Pero como la princesa nunca había oído hablar de las bicicletas ni de los globos ni de los submarinos, ni de los canguros ni del chocolate, no podía desear ni echar de menos ninguna de esas cosas.
Narrador 1º: Y tampoco podía echar de menos las otras cosas, las que sí se conocían en su época, porque las tenía todas.

Narradora: Cuando los pajes y las doncellas se preguntaban:
Todos: ¿Qué tendrá la princesa?
Narradora: La pregunta era, en realidad:
Todos: ¿Qué no tendrá?
Narradora: Es decir:
Todos: ¿Qué le faltará?
Narradora: Y la respuesta, como acabamos de ver, era...
Todos: Nada.
Narrador 2º: No le faltaba nada, puesto que lo tenía todo.
Narrador 1º: Pero entonces, ¿por qué estaba triste?

Narradora: Puede que estés pensando que a lo mejor estaba triste porque, a pesar de tenerlo todo, o casi todo, no le hacían caso o no la atendían debidamente.
Narrador 2º: Pero no era así. En absoluto. La princesa tenía una legión de doncellas. Una se ocupaba de su cabello.
Narrador 1º: Otras dos, de sus ojos (una del ojo derecho y otra del izquierdo).
Narrador 2º: Dos más, de sus orejas (una de la oreja derecha y otra de la izquierda).
Narrador 1º: Otra, de su nariz.; otra de su boca de fresa; otra de su cuello...
Narrador 2º: Otras dos, de sus manos (una de la mano derecha y otra de la izquierda), y así sucesivamente.

Narradora: La princesa dormía sobre siete colchones de plumas, uno encima del otro. Se bañaba cada mañana en agua de rosas. Tenía un guardarropa con vestidos de todos los colores, incluidos uno del color de la luna y otro del color del sol.
Narrador 2º: Comía todos los días a la carta; mejor dicho, a la baraja, pues podía elegir entre cuarenta cartas diferentes, en cada una de las cuales había más de cien platos...


Narrador 1º: Pero estaba triste.
Narradora: Nunca reía.
Narrador 2º: Ni siquiera sonreía.

Todos: La princesa está triste.
Narrador 1º: Comentaba la gente en las calles y las plazas del reino, en las posadas y los mercados.
Todos: ¿Qué tendrá la princesa?
Narradora: Se preguntaban todos. Y nadie sabía la respuesta.


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viernes, 6 de mayo de 2016

La mujer hoja.

La mujer hoja.
(Cuento noruego. Adaptado.)
Un viudo tenía una hija y un hijo, que se llamaban Astrid y Einer. El viudo se volvió a casar con una mujer, también viuda, que era más fea que un demonio y más mala que la quina, y que tenía una hija que había heredado sus defectos. Ella les hizo la vida imposible y Einer se marchó de casa. Llegó al palacio real y encontró trabajo como palafranero.
Pero las cosas para Astrid no iban nada bien. La obligaban a hacer los trabajos más duros y la insultaban sin cesar.
Un día, mientras cogía agua en el río, tres rostros horribles, salieron del agua y le dijeron: uno, que le lavara, otro, que le peinara, y el tercero, que le besara.
Ella lo hizo de buen grado y los tres rostros le otorgaron tres dones: sería la más hermosa, caería oro de sus cabellos cada vez que se peinara y brotaría oro de su boca cuando hablara.
Su madrastra y su hermanastra se enfurecieron cuando vieron sus dones y la encerraron en la pocilga con los cerdos.
Al poco tiempo la madrastra mandó a su hija al río por agua. También le salieron las tres caras que le pidieron lo mismo. Ella les contestó: “¡Lávate, tú! ¡Péinate, tú! ¡No pienso besar una boca tan repugnante como la tuya!”
 Las tres caras castigaron su mala educación y orgullo. Decidieron que le saliera una nariz de cuatro palmos, una barbilla de tres y plantaron un arbusto en su frente.
Mientras tanto, Einer seguía en palacio trabajando como palafranero. Un día, mientras contemplaba el retrato de su hermana, el rey entró en la habitación, lo miró y Einer le explicó quién era. Le pareció tan bella, que quiso casarse con ella. Einer partió para cumplir los deseos del rey.
La madrastra y la hermanastra se empeñaron en acompañarles al palacio. Los cuatro se pusieron en camino. Astrid llevaba su perrillo, llamado Copo de Nieve, y un cofre lleno de oro.
Atravesaron el país hasta llegar al mar, donde se subieron a un barco. Las dos se las ingeniaron mediante hechizos para tirar al mar el cofre, el perrillo y a Astrid, sin que su hermano sospechara nada.


Cuando los tres llegaron a palacio y el rey descubrió a su prometida, se horrorizó, pero no tuvo más remedio que casarse con aquella birria porque todos los preparativos de la boda estaban dispuestos.
Como el rey tenía razones para estar furioso con Einer, mandó que lo echaran en una cueva llena de serpientes.
Una noche, Astrid, entró en la cocina de palacio, pidió un cepillo del pelo y de sus cabellos cayeron monedas de oro. Junto a ella, estaba su perrillo, Copo de Nieve. Astrid se marchó y dijo que volvería al jueves siguiente. Lo sucedido se lo contaron al rey y éste se presentó en la cocina de palacio a la semana siguiente.
Una gota de sangre que brotó del dedo meñique de Astrid, hizo que se liberara de los hechizos que la tenían embrujada. Contó al rey cómo  la madrastra y la hermanastra la habían engañado. El rey ordenó que las expulsaran y Einer fue liberado. Y se organizó una boda con tal lujo que dio por lo menos que hablar en siete reinos de Europa.

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