martes, 1 de marzo de 2016

Los siete cuervos.

Los siete cuervos.
(Grimm)
Narrador: Había una vez un hombre que tenía siete hijos, y no tenía ninguna hija, aunque deseaba tener una. Por fin su esposa concibió y dio a luz una niña. La pequeña era tan enfermiza que tuvieron que bautizarla en casa. El padre envió a uno de sus muchachos con una jarra a que fuera de prisa al pozo para que trajera agua para el bautizo. Los otros seis lo acompañaron, y como cada uno quería ser el primero en llenarla, discutieron y se les cayó la jarra en el pozo.
Se quedaron paralizados, y no sabían que hacer, y ninguno quería volver a la casa. Como ellos no retornaban, el padre se impacientó y dijo:
Padre: ¡De seguro se quedaron jugando y olvidaron su deber, esos irresponsables muchachos! ¡Desearía que todos se convirtieran en cuervos!
Narrador: Un escandaloso ruido de alas en el aire se escuchó sobre su cabeza y vio a siete negros cuervos alejándose. Los padres, muy tristes por la pérdida de sus siete hijos, se consolaban con la existencia de su pequeña hija, que pronto se restableció y fue creciendo sana y bondadosa.
Ella no supo que tenía hermanos, pues sus padres se cuidaron de no mencionarlo. Pero un día, accidentalmente escuchó a otra gente hablando de ella:
Vecina: ¡Pobre muchacha! Es encantadora. Será mejor que siga sin saber que ella fue la culpable de la mala fortuna que tuvieron sus siete hermanos.
Narrador: Entonces preguntó a sus padres si era cierto que ella tenía hermanos, y qué había sido de ellos. Los padres no pudieron ocultar más el secreto. La joven pensó que tenía que salvar a sus hermanos y un día se marchó secretamente para encontrar la pista de sus hermanos y liberarlos, le costara lo que fuera. No llevaba nada con ella, a excepción de un pequeño anillo de sus padres como amuleto, un bollo de pan contra el hambre, una pequeña botella de agua contra la sed y una pequeña silla como provisión contra el cansancio.
Y ella avanzaba continuamente hacia adelante, lejos y más lejos, hacia el puro final del mundo. Y llegó hasta donde el sol, pero era muy caliente y terrible. Rápidamente ella corrió, y fue hacia la luna, pero era muy helada, y también horrible y maliciosa, y cuando la vio a ella, dijo:
Luna: Me huele, me huele a carne humana.
Narrador: Escapó velozmente y llegó hasta las estrellas, que fueron amables y buenas. Cada una de ellas estaba sentada en su propia sillita particular. Pero la estrella matutina se levantó, y le dio el hueso de una pata de pollo, y dijo:
Estrella: Si tú no tienes ese hueso, no podrás abrir la Montaña de Cristal, y es en esa montaña donde están tus hermanos.
Narrador: La joven tomó el hueso de pollo, lo envolvió cuidadosamente en una manta, y siguió adelante hasta llegar a la Montaña de Cristal. La puerta estaba cerrada, y pensó que debería sacar el hueso, pero cuando desenvolvió la manta, estaba vacía, y se dio cuenta de que había perdido el regalo de la buena estrella.
¿Qué debería hacer ahora? Ella deseaba rescatar a sus hermanos, y no tenía la llave de la Montaña de Cristal. La buena hermana tomó un cuchillo, cortó uno de sus pequeños dedos, lo puso en la puerta y exitosamente se abrió. En cuanto entró, un pequeño enano se le acercó y le dijo:
Enano: Mi muchachita, ¿qué andas buscando?
Niña: Busco a mis hermanos, los siete cuervos.
Enano: Los señores cuervos no están en casa, pero si quieres esperar hasta que regresen, pasa, adelante.
Narrador: Enseguida el pequeño enano trajo la comida de los cuervos y la pequeña hermana comió una pizca de cada plato, y un pequeñito sorbo de cada vaso, pero en el último vaso dejó caer el anillo que ella había cargado consigo. De pronto se oyó el aleteo de alas y un zumbido por el aire:
Enano: ¡Ahora los señores cuervos están llegando a casa!
Narrador: Y ellos llegaron, buscaron sus pequeños platos y vasos. Entonces se dijeron unos a otros:
Cuervo 1: ¿Quién habrá comido algo de mi plato?
Cuervo 2: ¿Quién habrá bebido algo de mi vaso?
Cuervo 3: ¡Es la huella de una boca humana!
Narrador: Y cuando el séptimo llegó al fondo de su vaso, el anillo rodó contra su boca. Entonces lo miró, y vio que era el anillo que pertenecía a su padre y madre.
Cuervo 7: ¡Alabada sea nuestra suerte! Si nuestra hermana se encuentra aquí, estaríamos salvados.
Narrador: Cuando la joven, que se había quedado observando detrás de la puerta, escuchó el deseo, se acercó a ellos, y en ese instante los cuervos retornaron a su forma humana de nuevo. Y se abrazaron y besaron, y regresaron felizmente a su casa.



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