Los
trabajos de Hércules I.
(Basado
en Los doce trabajos de Hércules, Christian Grenier, Anaya, y Los
trabajos de Hércules, Milan)
Narrador:
Hércules se dirigió a Tirinto para ponerse a las órdenes de su
primo, Euristeo, rey de la ciudad, y así realizar durante ocho años
los trabajos que aquél le ordenase; única forma de lavar sus
crímenes ante los dioses.
Venció
al terrible León
de Nemea que,
invulnerable a cualquier tipo de armas, Hércules estranguló con
sus propias manos. Dio caza al gigantesco Jabalí
del monte Erimanto
tras cinco días de persecución sin tregua. Se enfrentó a Las
aves del lago Estimfalo,
que devoraban a los hombres y a los rebaños; con El
toro de Creta; con
Los caballos del rey Diomedes,
que
se alimentaban de carne humana; con La
hidra del pantano de Lerna,
cuyas cabezas volvían a crecer cada vez que se las cortaba. Hércules
salió vencedor de todas esas empresas gracias no sólo al empleo se
la fuerza sino también de la inteligencia.
Un día, el cruel
Euristeo, le dijo:
Euristeo:
Hércules, quiero que me traigas las manzanas doradas del jardín de
las Hespérides.
Hércules:
Euristeo, nadie sabe dónde se encuentra ese jardín. Además, sus
manzanas son sagradas; fueron el regalo que Gea hizo a Juno con
motivo de su matrimonio con Júpiter.
Euristeo:
¿Acaso olvidas que has de obedecer mis órdenes, Hércules?
Márchate, y cuanto antes mejor.
¡Y
no vuelvas si no es con ellas...!
Narrador:
Tras una larga e infructuosa búsqueda, las ninfas del río Eridán
le dijeron:
Ninfa:
Nosotras no lo sabemos, pero pregúntale a nuestro padre.
Hércules:
¿Vuestro padre?
Ninfa:
Sí, el dios Nereo. Lo encontrarás dormitando a la sombra de una
roca. Es un anciano lleno de arrugas.
Nereo:
¡Insolente! ¿Cómo te atreves a interrumpir mi sueño?
Narrador:
Al instante, Nereo, se transformó en un león y se abalanzó sobre
él. Hércules no tardó en dominar a la fiera. Luego, Nereo, se
convirtió en una serpiente y agarrándola por el cuello...:
Hércules:
Nereo, no me das miedo...
Nereo:
¡Jajaja! ¡Está bien, Hércules, no cabe duda que eres obstinado!
Has de saber que el jardín de las Hespérides se encuentra cerca del
famoso monte Atlas.
Hercules:
¿Donde habita el gigante que sostiene la bóveda celeste?
Nereo:
Efectivamente. Pero ten cuidado, Hércules, porque Ladón, el dragón
de cien cabezas, custodia la entrada al jardín.
Hercules:
No le tengo miedo.
Nereo:
Hazme caso, emplea tu astucia y procura que sea el mismo Atlas quien
consigas las manzanas por ti.
Hercules:
Nereo, ¿cómo podré agradecértelo?
Nereo:
Sigue tu camino y deja que siga durmiendo la siesta.
Narrador:
Caminaba ya cerca de las cimas del monte Atlas cuando se quedó
maravillado al contemplar en el pico de la montaña al gigante más
impresionante que jamás hubiera conocido. Sus brazos sostenían por
encima de su cabeza la inmensa bóveda celeste. Hércules le explicó
quién era y por qué estaba allí.
Atlas:
Sólo tienes que pedirle al fiel guardián del jardín, Ladón, que
te lleve hasta el árbol.
Hercules:
Escucha, te propongo sustituirte mientras tu vas por la manzanas
doradas; así podrás descansar.
Atlas:
¿Estarías dispuesto a hacer eso por mi?
Hercules:
Lo intentaré, Atlas, pero tendrás que darte prisa, pues no soy tan
fuerte como tú.
Narrador:
Atlas se alejó mientras Hércules con el paso del tiempo se
impacientaba y temía no poder resistir. De repente, lo vio aparecer
portando una cesta en la que resplandecían las manzanas doradas.
Hercules:
Temí que no volvieras.
Atlas:
He estado pensando que sostienes muy bien la bóveda celeste y que
seré yo el que vaya a llevarle las manzanas a Euristeo. Así te
ahorro el viaje de vuelta y yo podré darme un paseo. !Jajaja! ¡Estoy
encantado de haber encontrado sustituto!
Hercules:
¡Espera, espera! No te marches aún. El cielo no está bien
acomodado en mis hombros. ¡Ayúdame a equilibrar bien el peso antes
de partir!
Atlas:
¡Qué quieres que haga?
Hercules:
Sostenlo un momento mientras yo adopta la postura adecuada. Así, eso
es, muy bien, cógela tú ahora!
Narrador:
Hércules le pasó el pesado fardo y luego le dijo:
Hercules:
Te agradezco que depositaras tanta confianza en mi, pero debo ser yo
el que entregue esas manzanas a Euristeo. Sigue así, que lo haces
muy bien. Sin duda, eres el más adecuado para sostener el cielo.
Narrador:
Cuando
llegó a Tirinto, Euristeo, asustado, al ver las manzanas dijo:
Euristeo:
¡Hércules! Estas frutas son de Juno, sé que son sagradas. No pensé
que las conseguirías...¡quédatelas tú, no las quiero volver a
ver!
Narrador:
Minerva, diosa de la guerra y de la sabiduría, que sabía los
peligros que corría Hércules al tener las manzanas propiedad de
Juno, se le apareció en sueños:
Minerva:
Hércules, puedes estar tranquilo. Vengo a recuperar las manzanas de
oro. Yo misma las devolveré.
Narrador:
Cuando Hércules despertó, en el cesto ya no había nada más que
unas extrañas frutas, para él desconocidas, que se parecían
vagamente a las famosas manzanas. Hércules probó su zumo; su sabor
era ácido y delicioso. Aquellas frutas que Minerva había colocado
en el lugar de las manzanas de oro se llamarían más tarde igual que
su color: naranjas.
A Hércules aún le
quedaban más trabajos que realizar para expiar su culpa, pero
esa..., esa es otra historia.
El
audio de este relato lo puedes oír, aquí.
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