miércoles, 3 de febrero de 2016

Los trabajos de Hércules I



Los trabajos de Hércules I.
(Basado en Los doce trabajos de Hércules, Christian Grenier, Anaya, y Los trabajos de Hércules, Milan)

Narrador: Hércules se dirigió a Tirinto para ponerse a las órdenes de su primo, Euristeo, rey de la ciudad, y así realizar durante ocho años los trabajos que aquél le ordenase; única forma de lavar sus crímenes ante los dioses.
Venció al terrible León de Nemea que, invulnerable a cualquier tipo de armas, Hércules estranguló con sus propias manos. Dio caza al gigantesco Jabalí del monte Erimanto tras cinco días de persecución sin tregua. Se enfrentó a Las aves del lago Estimfalo, que devoraban a los hombres y a los rebaños; con El toro de Creta; con Los caballos del rey Diomedes, que se alimentaban de carne humana; con La hidra del pantano de Lerna, cuyas cabezas volvían a crecer cada vez que se las cortaba. Hércules salió vencedor de todas esas empresas gracias no sólo al empleo se la fuerza sino también de la inteligencia.
Un día, el cruel Euristeo, le dijo:
Euristeo: Hércules, quiero que me traigas las manzanas doradas del jardín de las Hespérides.
Hércules: Euristeo, nadie sabe dónde se encuentra ese jardín. Además, sus manzanas son sagradas; fueron el regalo que Gea hizo a Juno con motivo de su matrimonio con Júpiter.
Euristeo: ¿Acaso olvidas que has de obedecer mis órdenes, Hércules? Márchate, y cuanto antes mejor. ¡Y no vuelvas si no es con ellas...!
Narrador: Tras una larga e infructuosa búsqueda, las ninfas del río Eridán le dijeron:
Ninfa: Nosotras no lo sabemos, pero pregúntale a nuestro padre.
Hércules: ¿Vuestro padre?
Ninfa: Sí, el dios Nereo. Lo encontrarás dormitando a la sombra de una roca. Es un anciano lleno de arrugas.
Nereo: ¡Insolente! ¿Cómo te atreves a interrumpir mi sueño?
Narrador: Al instante, Nereo, se transformó en un león y se abalanzó sobre él. Hércules no tardó en dominar a la fiera. Luego, Nereo, se convirtió en una serpiente y agarrándola por el cuello...:
Hércules: Nereo, no me das miedo...
Nereo: ¡Jajaja! ¡Está bien, Hércules, no cabe duda que eres obstinado! Has de saber que el jardín de las Hespérides se encuentra cerca del famoso monte Atlas.
Hercules: ¿Donde habita el gigante que sostiene la bóveda celeste?
Nereo: Efectivamente. Pero ten cuidado, Hércules, porque Ladón, el dragón de cien cabezas, custodia la entrada al jardín.
Hercules: No le tengo miedo.
Nereo: Hazme caso, emplea tu astucia y procura que sea el mismo Atlas quien consigas las manzanas por ti.
Hercules: Nereo, ¿cómo podré agradecértelo?
Nereo: Sigue tu camino y deja que siga durmiendo la siesta.
Narrador: Caminaba ya cerca de las cimas del monte Atlas cuando se quedó maravillado al contemplar en el pico de la montaña al gigante más impresionante que jamás hubiera conocido. Sus brazos sostenían por encima de su cabeza la inmensa bóveda celeste. Hércules le explicó quién era y por qué estaba allí.
Atlas: Sólo tienes que pedirle al fiel guardián del jardín, Ladón, que te lleve hasta el árbol.
Hercules: Escucha, te propongo sustituirte mientras tu vas por la manzanas doradas; así podrás descansar.
Atlas: ¿Estarías dispuesto a hacer eso por mi?
Hercules: Lo intentaré, Atlas, pero tendrás que darte prisa, pues no soy tan fuerte como tú.
Narrador: Atlas se alejó mientras Hércules con el paso del tiempo se impacientaba y temía no poder resistir. De repente, lo vio aparecer portando una cesta en la que resplandecían las manzanas doradas.
Hercules: Temí que no volvieras.
Atlas: He estado pensando que sostienes muy bien la bóveda celeste y que seré yo el que vaya a llevarle las manzanas a Euristeo. Así te ahorro el viaje de vuelta y yo podré darme un paseo. !Jajaja! ¡Estoy encantado de haber encontrado sustituto!
Hercules: ¡Espera, espera! No te marches aún. El cielo no está bien acomodado en mis hombros. ¡Ayúdame a equilibrar bien el peso antes de partir!
Atlas: ¡Qué quieres que haga?
Hercules: Sostenlo un momento mientras yo adopta la postura adecuada. Así, eso es, muy bien, cógela tú ahora!
Narrador: Hércules le pasó el pesado fardo y luego le dijo:
Hercules: Te agradezco que depositaras tanta confianza en mi, pero debo ser yo el que entregue esas manzanas a Euristeo. Sigue así, que lo haces muy bien. Sin duda, eres el más adecuado para sostener el cielo.
Narrador: Cuando llegó a Tirinto, Euristeo, asustado, al ver las manzanas dijo:
Euristeo: ¡Hércules! Estas frutas son de Juno, sé que son sagradas. No pensé que las conseguirías...¡quédatelas tú, no las quiero volver a ver!
Narrador: Minerva, diosa de la guerra y de la sabiduría, que sabía los peligros que corría Hércules al tener las manzanas propiedad de Juno, se le apareció en sueños:
Minerva: Hércules, puedes estar tranquilo. Vengo a recuperar las manzanas de oro. Yo misma las devolveré.
Narrador: Cuando Hércules despertó, en el cesto ya no había nada más que unas extrañas frutas, para él desconocidas, que se parecían vagamente a las famosas manzanas. Hércules probó su zumo; su sabor era ácido y delicioso. Aquellas frutas que Minerva había colocado en el lugar de las manzanas de oro se llamarían más tarde igual que su color: naranjas.
A Hércules aún le quedaban más trabajos que realizar para expiar su culpa, pero esa..., esa es otra historia.

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