viernes, 20 de marzo de 2015

Tío Grillo, el adivino.


Tío Grillo, el adivino.

Érase una vez un hombre que se llamaba «Tío Grillo». Era muy pobre y no tenía oficio ni beneficio. Para ganarse la vida, decidió un día hacerse pasar por adivino y en la puerta de su casa puso un letrero que decía : «Aquí vive Tío Grillo, el adivino».
Pero antes, robó unas cuantas cosas y las escondió en otros sitios. Primero robó una sábana y la escondió en el horno del pueblo. La dueña de la sábana fue a su casa a consultarle y él le dijo dónde estaba, como si lo hubiera adivinado. La mujer recogió su sábana y le pagó con un pan y un chorizo. Otro día, le robó un caballo a un señorito y lo llevó a un prado que estaba muy lejos. El señorito fue a consultarle y, como Tío Grillo se lo acertó, le dio en pago un jamón.
Así se fue haciendo famoso «Tío Grillo, el adivino».
Un día, llamaron a su puerta y eran soldados que venían de parte del rey para que acertara dónde estaba un anillo muy valioso que le habían robado a su majestad.
Tío Grillo salió con los soldados pero por el camino iba pensando: «Esto va a ser mi perdición. A ver qué hago yo cuando llegue a palacio».
Cuando llegaron a palacio le dice el rey:
Tío Grillo, te he mandado llamar para que me digas dónde está el anillo de mi familia que me han robado. Pero, si no me lo adivinas, morirás.
Majestad, lo que usted me pide es muy difícil. Voy a necesitar tres días para pensarlo.
Está bien. Mando que te encierren en una habitación. Pero, podrás comer y beber todo lo que quieras. Cada día, un criado te llevará lo que pidas.
Cuando se cumplió el primer día, un criado fue a llevarle lo que había pedido, y dice el Tío Grillo:
¡Ay, señor San Bruno, que de los tres ya he visto uno!
El criado se fue corriendo a la cocina a buscar a sus dos compañeros, pues entre los tres habían robado el anillo, y les dice:
¡El Tío Grillo me ha reconocido!
Los otros dos no se lo creyeron, y dice el segundo:
Mañana, voy yo a llevarle la comida.
Al otro día, entró el criado en la habitación y el Tío Grillo dice:
¡Ay, señor San Marcos, que de los tres ya he visto dos!
El criado se fue corriendo a la cocina y se lo contó a los otros. El tercero tampoco se lo creía y fue a llevarle la comida a la mañana siguiente. En cuanto lo vio aparecer, dice el Tío Grillo, con un suspiro muy fuerte:
¡Ay, señor San Andrés, que ya he visto los tres!
Entonces el criado le dice:
Por favor, ¡cállese usted! Si no nos descubre, le decimos dónde está el anillo y además le damos mucho dinero.
El Tío Grillo en seguida comprendió lo que pasaba. Le pareció bien y los ladrones le dieron tres mil reales y le dijeron que el anillo del rey lo habían escondido en el buche del pavo real.
Ya llegó el rey y le preguntó al Tío Grillo dónde estaba el anillo. Entonces él se lo dijo y era verdad.
El rey se puso tan contento, que le entregó muchos regalos al Tío Grillo y se ofreció él mismo a acompañarlo hasta su casa. Se montaron en una carroza y, cuando ya iban de viaje, se coló un grillo por la ventana. Tío Grillo no se dio cuenta, pero el rey sí y lo cogió y se lo escondió en una mano. Entonces le dice al Tío Grillo:
Veamos si eres tan buen adivino. Si lo aciertas, te casas con mi hija. Y si no, morirás. ¿Qué es lo que tengo en la mano?
El Tío Grillo no supo qué contestar, porque no había visto nada. Entonces dice:
¡Ay, Grillo, Grillo, en qué apuros te ves!
¡Caramba! ¡Pues lo has acertado! ¡Ahora te tienes que casar con mi hija!
Y se casó el Tío Grillo con la hija del rey, y vivieron felices y a mí me dejaron con tres palmos de narices.


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domingo, 8 de marzo de 2015

La princesa está triste.

La princesa está triste.
(Carlo Frabetti. Adaptado)

Cortesano: !La princesa está triste!
Cortesana: ¿Qué tendrá la princesa?
Todos: ¡Oh, pobre princesa!

Narrador 1º: La cosa era para estar preocupados.
Narradora: Y sorprendidos.
Narrador 1º: Porque la princesa era joven, hermosa, inteligente...
Narradora: Tenía todo lo que una chica de su edad podía desear
Narrador 2º: Y más. Mucho más.
Narradora: De modo que a la pregunta...:
Todos: ¿Qué tendrá la princesa?
Narradora: Se podría contestar diciendo que la princesa lo tenía prácticamente todo.

Narrador 2º: Tenía más cosas de las que tú podrías pedir en un día.
Narrador 1º: Imagínate que te pasas un día entero pidiendo cosas a la mayor velocidad posible. Algo así como:
Narradora: Quiero una bicicleta unos patines una pelota un caballo un canguro un elefante un barco un globo un submarino un cofre lleno de monedas de oro una bossa de canicas una casita de chocolate un circo de pulgas una piscina una cama elástica un trapecio un columpio una cometa un teatro de marionetas...
Narrador 1º: Sin comas ni nada, para poder pedir más cosas por minuto.
Narrador 2º: Pues bien, si te pasaras un día entero pidiendo cosas sin parar y te las dieran todas, no tendrías tantas cosas como nuestra princesa.

Narradora: Algunas de las cosas de la lista anterior no las tenía, claro, pues era una princesa de las antiguas, de la época de los castillos y los caballeros andantes.
Narrador 2º: No tenía bicicleta, pues aún no se había inventado, y, por la misma razón, no tenía un globo ni un submarino.
Narrador 1º: No tenía un canguro, porque aún no se había descubierto Australia, que es donde viven los canguros.
Narradora: Tampoco tenía una casita de chocolate, pues aún no se había descubierto América, que es de donde procede el cacao.
Narrador 2º: Pero como la princesa nunca había oído hablar de las bicicletas ni de los globos ni de los submarinos, ni de los canguros ni del chocolate, no podía desear ni echar de menos ninguna de esas cosas.
Narrador 1º: Y tampoco podía echar de menos las otras cosas, las que sí se conocían en su época, porque las tenía todas.

Narradora: Cuando los pajes y las doncellas se preguntaban:
Todos: ¿Qué tendrá la princesa?
Narradora: La pregunta era, en realidad:
Todos: ¿Qué no tendrá?
Narradora: Es decir:
Todos: ¿Qué le faltará?
Narradora: Y la respuesta, como acabamos de ver, era...
Todos: Nada.
Narrador 2º: No le faltaba nada, puesto que lo tenía todo.
Narrador 1º: Pero entonces, ¿por qué estaba triste?

Narradora: Puede que estés pensando que a lo mejor estaba triste porque, a pesar de tenerlo todo, o casi todo, no le hacían caso o no la atendían debidamente.
Narrador 2º: Pero no era así. En absoluto. La princesa tenía una legión de doncellas. Una se ocupaba de su cabello.
Narrador 1º: Otras dos, de sus ojos (una del ojo derecho y otra del izquierdo).
Narrador 2º: Dos más, de sus orejas (una de la oreja derecha y otra de la izquierda).
Narrador 1º: Otra, de su nariz.; otra de su boca de fresa; otra de su cuello...
Narrador 2º: Otras dos, de sus manos (una de la mano derecha y otra de la izquierda), y así sucesivamente.

Narradora: La princesa dormía sobre siete colchones de plumas, uno encima del otro. Se bañaba cada mañana en agua de rosas. Tenía un guardarropa con vestidos de todos los colores, incluidos uno del color de la luna y otro del color del sol.
Narrador 2º: Comía todos los días a la carta; mejor dicho, a la baraja, pues podía elegir entre cuarenta cartas diferentes, en cada una de las cuales había más de cien platos...


Narrador 1º: Pero estaba triste.
Narradora: Nunca reía.
Narrador 2º: Ni siquiera sonreía.

Todos: La princesa está triste.
Narrador 1º: Comentaba la gente en las calles y las plazas del reino, en las posadas y los mercados.
Todos: ¿Qué tendrá la princesa?
Narradora: Se preguntaban todos. Y nadie sabía la respuesta.


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