miércoles, 2 de diciembre de 2015

RaKoPamPumPim


Ra-Ko-Pam-Pum-Pim.

Narrador: Había una vez un molinero que era muy jactancioso, siempre iba diciendo que lo suyo era lo mejor del mundo.
Un día llegó a tal extremo que afirmó que su hija era capaz de hilar la paja en oro. Al día siguiente, esta mentira del molinero estaba en boca de todo el mundo y la noticia llegó a oídos del rey. Éste le mandó recado para que trajera a su hija inmediatamente a palacio.
Hija: ¡Pero, padre, padre, cómo se os ha ocurrido decir tal mentira! Esto nos va a costar la vida a los dos.
Padre: Sí, hija mía, cometí un grave error y ahora me errepiento bien de lo que hice, pero ya no hay remedio.
Narrador: El rey, que aún se mantenía soltero, al ver a la hija del molinero se quedo maravillado por su hermosura.
Rey: Bienvenida a palacio, gentil molinera. Estoy en guerra y necesito oro, mucho oro, para armar mi ejército. Me han dicho que tú eres capaz de convertir la paja en oro. Si es así me harías un gran favor hilando un poco para mí.
Narrador: La hija del molinero no se atrevió a revelarle la verdad al rey y fue conducida a una habitación repleta de paja hasta el techo. Cuando se vio sola empezó a llorar desesperadamente. De pronto, entre lágrimas, vio ante si a un extraño hombrecillo barbudo que le dijo:
Duende: Hola, molinera, si me prometes darme lo que te pida te hilo la paja en oro.
Hija: Te daré lo que desees si me sacas de este apuro.
Narrador: Al día siguiente, el rey se llevó una grata sorpresa al ver convertida toda la paja en oro. Le rogó que hilara la paja que había en otra habitación. Ella, cuando se quedó a solas, lloró de nuevo.
Duende: Molinera, molinera, si quieres te hilo la paja en oro pero me tendrás que dar lo que te pida.
Hija: Está bien, poca cosa tengo, pero tuyo es si me ayudas.
Duende: Quiero tu anillo.
Hija: Ahí lo tienes, de buena gana te lo doy con tal de que me saques de este apuro.
Narrador: El duende comenzó a hilar y en menos de diez minutos estaba convertida toda la paja en un montón de oro. Al día siguiente, cuando el rey entró en la habitación se alegró tanto que prometió casarse con ella si le hilaba un tercer montón de paja. La molinera esperó la visita del duende aquella noche con tranquilidad.
Duende: Hola, molinera, ¿quieres que te hile paja? Sólo pongo la condición de que me des lo que te pida.
Hija: Está bien.
Duende: Si quieres que te hile la paja me tendrás que dar tu primer hijo. Sé que pronto serás reina y sé también que tendrás un hijo varón dentro de un año aproximadamente.
Narrador: La hija del molinero no supo qué hacer y asintió a lo dicho por el duende. El duende hiló toda la paja, el rey se casó con la hija del molinero y al cabo de un año tuvieron un hijo varón, como había anunciado el duende...
Duende: Vengo a por tu hijo.
Hija: Pues no te lo doy, antes tendrás que matarme.
Duende: Bueno, te voy a dar tres días para que averigües cómo me llamo. Si logras acertar mi nombre podrás quedarte con tu hijo. Durante tres noches seguidas vendré a preguntártelo. No lo olvides.
Narrador: El duende tras decir esto desapareció. La reina se pasó todo el día pensando el nombre. Llegó la noche y se presentó el duende:
Duende: Sabes ya..., ¿cómo me llamo, bella reina?
Hija: Antonio.
Duende: No. Has fallado. Mañana volveré.
Narrador: Al día siguiente a la misma hora se presentó el duende.
Duende: Y hoy..., ¿has averiguado cómo me llamo?
Hija: Ricardo.
Duende: Oh, mi dulce reina, no, tampoco; ya sólo te queda un día.
Narrador: La reina entonces mandó a un criado de toda confianza que siguiera al duende para que le contara todo lo que viera y oyera. El criado vio que se metía en el bosque y tras mucho andar se paró junto a una hoguera y saltando y bailando como loco empezó a cantar.
Duende: Mañana el hijo de la reina será mío, nadie es capaz de saber que me llamo “Ra-ko-pam-pum-pim”.
Narrador: El criado no quiso saber más, rápidamente echó a correr y se alejó de allí. Al llegar a palacio se lo contó todo a la reina. Al día siguiente, el duende se presentó puntualmente ante la reina:
Duende: Bueno, querida reina y mamá, por fin llegó el tercer día; dime... ¿cómo me llamo?
Hija: Te llamas Ra-ko-pam-pum-pim.
Narrador: Al oír su nombre el duende pegó un bufido de rabia y desapareció para siempre de allí.
Y desde entonces nunca más volvió a importunar a nadie.

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