domingo, 1 de noviembre de 2015

Juan tonto.







Juan Tonto.

Narrador: Esto era una vez una viuda muy lista que tenía un solo hijo al que todos llamaban Juan Tonto, pues según contaban nunca se había visto un muchacho menos avispado en aquel pueblo; todo lo hacía al revés.
Un día, le dijo su madre.
Madre: Juan, tendrás que llegarte hasta el pueblo a comprar un cochinillo. Toma, ahí tienes el dinero; coge la burra y márchate y ahora mismo.
Juan: Está bien, madre, así lo haré. No tenga cuidado, madre.
Narrador: Cuando Juan se marchaba, la viuda salió al portal a despedirlo y vio que marchaba con la burra detrás.
Madre: Pero hijo, súbete a la burra, ¿a dónde vas andando?
Juan: Está bien, madre; pero como usted me ha dicho que la cogiera nada más.
Madre: Si serás tonto, hijo, si serás tonto...
Narrador: Al anochecer llegó Juan del pueblo montado en la burra; iba contento y sonriente como nunca.
Juan: ¡Madre!, ¿le ha gustado el cochinillo?
Madre: ¿Qué cochinillo?
Juan: El que he comprado en el pueblo; le he dado un empujoncito en el lomo y le he dicho: ”¡Hala, para casa se ha dicho!”
Madre: Pero tonto más que tonto, ¿cómo quieres que llegue a casa solo un cerdito? Se habrá perdido. Lo que tenías que haber hecho era atarlo por la cola de la burra con una cuerdecita.
Juan: Lo siento, madre. Otra vez así lo haré.

Narrador: Al día siguiente su madre le ordenó que fuera al pueblo a comprar una cazuela de barro grande.
Juan: Está bien, madre. Ahora mismo iré.
Narrador: Al mediodía, la madre oyó un terrible ruído en el patio; se asomó a la puerta y vio a su hijo montado en la burra y atada a la cola de ésta iba la cazuela hecha añicos.
Madre: ¡Por Dios, hijo!, ¿pero que barbaridad has hecho ahora?
Juan: ¿Barbaridad? He seguido su consejo, madre. Eso es todo. Esta vez he atado la compra a la cola de la burra, tal como usted me dijo.
Madre: ¡Pero, insensato!, ¿no ves que lo que tenías que haber hecho era llevarla en la mano?
Juan: Bueno, madre, pero ¿con qué habría cogido entonces las riendas?
Madre: Pues sencillamente si tenías ocupadas las manos te podrías haber puesto la cazuela en la cabeza y traerla a casa tal como yo traigo el cántaro cuando voy a la fuente.
Juan: Pues sí que es verdad, madre; no he caído. Otra vez, así lo haré.

Narrador: Pasó una semana; a la viuda le hacía falta mantequilla y decidió mandar a Juan al pueblo a comprarla.
Madre: Juan, baja en seguida, coge la burra y vete al pueblo a comprar un paquete de mantequilla. Cuidado con lo que haces, y no tardes mucho.
Juan: Ya voy, madre.
Narrador: Y Juan se fue. Entró en la tienda, compró la mantequilla y muy decidido montó en la burra y se colocó el paquete de mantequilla en la cabeza. En aquel momento hacía un sol de justicia y a Juan empezaron a resbalarle gruesas gotas de mantequilla por la cara, pero él lo aguantaba con resignación; no quería que su madre volviera a reñirle.
Madre: Hijo, hijo, tenías que haber cogido el paquete e irlo mojando de trecho en trecho en el agua del río para que no se hubiera deshecho.
Juan: Sí, madre, es verdad; otra vez así lo haré.

Narrador: Pasaron tres días; la viuda cuando le iba a echar sal al cocido tuvo la desagradable sorpresa de comprobar que se le había acabado. Inmediatamente llamó a su hijo.
Madre: ¡Juan!
Juan: ¿Me llama, madre?
Madre: Digo.
Juan: Ahora mismo bajo.
Madre: Toma, ahí tienes dinero, coge la burra y vete al pueblo a buscar un paquete de sal.
Juan: Está bien.
Narrador: Cogió la burra y se fue a buscar sal. A la vuelta tuvo buen cuidado de ir mojando de trecho en trecho el paquete de sal en el río; ni que decir tiene que cuando llegó a su casa del paquete no quedaba ni el cartón.
Madre: ¿Has comprado la sal?
Juan: Comprarla si la he comprado, madre; pero traerla, lo que se dice traerla, no la he traído porque aunque la he ido mojando en el río tal como usted me dijo que hiciera, no he podido llegar con el paquete a casa. Se me ha deshecho todo.
Madre: ¡Virgen de los Desamparados! ¡pero habrá zoquete más grande que tú! ¿A quién se le ocurre venir mojando un paquete de sal en el río?

Narrador: La viuda tardó más de tres meses en mandarle otra cosa a su hijo; decidió dejar pasar tiempo para ver si espabilaba un poco. Pasados más de tres meses un buen día le dijo:
Madre: Juan, vete a por leña al bosque.
Juan: Está bien, madre.
Madre: Sube a la burra.
Juan: ¿Que me suba a la burra?
Madre: Claro.
Juan: Está bien, madre.
Narrador: La viuda se pasó todo el día esperando el regreso de su hijo; al final al ver que ya estaba anocheciendo y su hijo aún no había vuelto, llena de inquietud decidió ir en su busca. Salió al patio y le pareció oír un ruido en la cuadra; miró cautelosamente por el ojo de la cerradura; lo que vio la dejó helada. ¡Allí estaba Juan montado encima de la burra!
Madre: Pero ¿qué haces aquí, desgraciado? ¿Y la leña?
Juan: Verá usted, madre; recuerde que primero me ordenó ir a por leña, pero después me dijo que me montara en la burra; yo, como ve, me he subido a ella y aquí estoy hasta que usted ordene otra cosa.
Narrador: La pobre mujer suspiró tres veces, luego resignadamente musitó:
Madre: Señor, a cada uno le das su cruz, y está visto que yo ahí delante tengo la mía. ¡Qué le vamos a hacer, paciencia!


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