miércoles, 10 de junio de 2015

Rikki Tikki Tavi.


Rikki-tikki-tavi.
(Rudyard Kiplin. Adaptado)
Narrador: Ésta es la historia de la gran batalla que sostuvo Rikki-tikki-tavi, sin ayuda de nadie, en los cuartos de baño del gran bungalow que había en el acuartelamiento de Segowlee. Era una mangosta, parecida a un gato pequeño en la piel y la cola, pero mucho más cercana a una comadreja en la cabeza y las costumbres. Un día, una de las grandes riadas de verano la sacó de la madriguera en que vivía con su padre y su madre, y la arrastró a una zanja al borde de la carretera. Cuando se reanimó, estaba tumbada al calor del sol en mitad del sendero de un jardín, rebozada de barro, y un niño pequeño decía:
Teddy: Una mangosta muerta. Vamos a enterrarla.
Madre: No, vamos a meterla dentro para secarla. Puede que no esté muerta.
Narrador: La llevaron a la casa, y un hombre grande la cogió entre el índice y el pulgar y dijo que no estaba muerta, sino medio ahogada.
Padre: Ahora, no la asusten, y vamos a ver qué hace.
Narrador: Asustar a una mangosta es lo más difícil del mundo y Rikki-tikki hacía honor a su raza. Se puso a dar vueltas alrededor de la mesa; se sentó alisándose la piel y rascándose, y subió al hombro del niño de un salto.
Padre: No te asustes, Teddy. Eso es que quiere hacerse amiga tuya.
Teddy: ¡Ay! Me está haciendo cosquillas debajo de la barbilla y ahora me oliquea en la oreja.
Madre: Pero ¡bueno! ¿Y esto es un animal salvaje? Será que se está portando bien porque hemos sido amables con él.
Padre: Todas las mangostas son así. Si Teddy no la coge por la cola, o intenta meterla en una jaula, se pasará todo el día entrando y saliendo de la casa. Vamos a darle algo de comer.
Narrador: Le dieron un trocito de carne cruda. A Rikki-tikki le gustó muchísimo y entonces empezó a sentirse mejor.
Rikki: Aún me quedan tantas cosas por descubrir en esta casa, que los de mi familia tardarían toda una vida en conseguirlo. Pienso quedarme y enterarme de todo.
Narrador: Se dedicó a dar vueltas por la casa durante el resto del día. Al anochecer se metió en el cuarto de Teddy y cuando Teddy se metió en la cama, Rikki-tikki hizo lo mismo; pero era un compañero muy inquieto, porque tenía que estar levantándose toda la noche, cada vez que oía un ruido, para ver de dónde venía. A última hora, la madre y el padre de Teddy entraron a echar un vistazo a su hijo, y Rikki-tikki estaba despierta encima de la almohada.
Madre: Esto no me gusta. Puede que muerda al niño.
Padre: No va a hacer nada semejante. Teddy está más seguro con esa fierecilla que si tuviera a un sabueso vigilándolo. Si ahora mismo entrara una serpiente en este cuarto...
Madre: No me asustes, no quiero ni pensar en algo tan horrible.
Narrador: Por la mañana temprano, Rikki-tikki fue a la terraza a desayunar, montada sobre el hombro de Teddy. Después Rikki-tikki se fue al jardín para ver si había algo que mereciera la pena.
Rikki: Esto es un coto de caza espléndido.
Narrador: Correteó por todo el jardín, olisqueando por aquí y por allí hasta que oyó unas voces muy tristes que venían de un espino. Era Darzee, el pájaro tejedor, y su mujer, que estaban sentados en el borde del nido, llorando.
Rikki: ¿Qué ocurre?
Darzee: Estamos desolados. Uno de nuestros hijos se cayó del nido ayer, y Nag se lo comió.
Rikki: ¡Hmm!, eso es muy triste..., pero yo no soy de aquí. ¿Quién es Nag?
Narrador: Entonces fue saliendo de la hierba la cabeza y la capucha abierta de Nag, la enorme cobra negra, y miró a Rikki-tikki con esos ojos tan malvados que tienen las serpientes, que nunca cambian de expresión, piensen lo que piensen.
Nag: ¿Que quién es Nag? Yo soy Nag. ¡Mírame y tiembla!
Rikki: Bueno, ¿te parece bonito comerse a las crías que se caen de los nidos?
Narrador: Nag sabía que, si empezaba a haber mangostas en el jardín, acabaría significando una muerte segura para él y su familia, tarde o temprano, pero quería coger a Rikki-tikki desprevenida. Dejó caer un poco la cabeza hacia un lado.
Nag: Hablemos. Tú comes huevos. Y yo, ¿por qué no voy a poder comer pájaros?
Darzee: ¡Detrás! ¡Mira detrás de ti!
Narrador: Rikki-tikki dio un salto hacia arriba y justo por debajo de ella pasó silbando la cabeza de Nagaina, la malvada esposa de Nag. Rikki-tikki cayó casi encima de su espalda y, de haber sido una mangosta vieja, habría sabido que ése era el momento adecuado para romperle el espinazo de un mordisco. Mordió, pero no durante el tiempo suficiente, dejando a Nagaina herida y furiosa.
Nag: ¡Darzee! ¡Malvado! ¡Malvado!
Narrador: Nag y Nagaina desaparecieron entre la hierba. Rikki-tikki era consciente de ser una mangosta joven, y precisamente por ello, estaba muy satisfecha de haber esquivado un ataque por la espalda. Le dio confianza en sí misma, y cuando Teddy se acercó corriendo por el sendero, Rikki-tikki estaba dispuesta a dejarse acariciar.
Pero justo en el momento en que Teddy se agachaba, algo dio un respingo en el polvo, y su vocecita dijo:
Karait: ¡Cuidado! ¡Soy la muerte!
Narrador: Era Karait, la culebra diminuta de color marrón y cuyo mordisco es tan peligroso como el de la cobra. Rikki-tikki se lanzó, cayó encima de la serpiente, mordió lo más cerca de la cabeza que llegó, y se alejó rodando. Aquel mordisco dejó a Karait paralizada. Teddy se volvió hacia la casa, gritando:
Teddy: ¡Miren! ¡Nuestra mangosta está matando una serpiente!
Narrador: Aquella noche, en cuanto Teddy se durmió, fue a darse un paseo nocturno por la casa, y en la mitad de la oscuridad se encontró con Chuchundra, el ratón almizclero, correteando pegado a la pared. Chuchundra se pasa toda la noche lloriqueando y haciendo gorgoritos, intentando decidirse a salir al centro de la habitación, pero nunca consigue llegar.
Chuchundra: No me mates. Rikki-tikki, no me mates.
Rikki: ¿Tú crees que el que mata serpientes mata ratones almizcleros?
Chuchundra: Los que matan serpientes son matados por serpientes. ¿Y cómo voy a estar seguro de que Nag no me confunda contigo en una noche oscura?
Rikki: No hay ningún peligro; además, Nag está en el jardín, y sé que tú no sales nunca.
Chuchundra: Mi prima Chua, la rata, me ha dicho...
Rikki: ¿Te ha dicho qué?
Chuchundra: ¡Sssh! Nag está en todas partes, Rikki-tikki. Deberías haber hablado con Chua en el jardín.
Rikki: Pues no he hablado con ella..., así que tienes que decírmelo tú. ¡Rápido, Chuchundra, o te doy un mordisco!
Chuchundra: Soy un pobre desgraciado. Nunca he tenido el suficiente valor para salir al centro de la habitación. ¡Sssh! Es mejor que no te diga nada. ¿No oyes algo, Rikki-tikki?
Rikki: Es Nag o Nagaina y está deslizándose por la compuerta del cuarto de baño. Tienes razón, Chuchundra.
Narrador: Se dirigió sigilosamente al cuarto de la madre de Teddy. Oyó a Nag y Nagaina cuchicheando fuera, a la luz de la luna.
Nagaina: Cuando no quede gente en la casa, se tendrá que ir, y entonces volveremos a tener el jardín para nosotros solos. No hagas ruido al entrar, y recuerda que el hombre que mató a Karait es el primero a quien hay que morder. Luego sal a contármelo, y buscaremos a Rikki-tikki los dos juntos.
Nag: Pero ¿estás segura de que matar a la gente tiene alguna ventaja?
Nagaina: Por supuesto, Nag. Cuando no había gente en la casa, ¿teníamos una mangosta en el jardín? Mientras el bungalow esté vacío, seremos el rey y la reina del jardín; y recuerda que, cuando se abran los huevos que hemos puesto en el melonar (cosa que puede ocurrir mañana), a los pequeños les va a hacer falta más espacio y tranquilidad.
Nag: No había pensado en eso, Nagaina. Iré, pero no es necesario que busquemos a Rikki-tikki después. Yo voy a matar al hombre grande y a su mujer, y al niño si puedo, y a irme tranquilamente. Entonces el bungalow estará vacío, y Rikki-tikki se irá.
Narrador: Entonces apareció la cabeza de Nag por la compuerta de desagüe del cuarto de baño, con sus casi dos metros de cuerpo helado detrás. Nag se enroscó, levantó la cabeza, y miró al interior del cuarto de baño en la oscuridad, y Rikki vio cómo le brillaban los ojos.
Rikki: Bueno..., si lo mato aquí Nagaina se enterará: y si lucho con él en mitad de la habitación, todas las probabilidades están a su favor. ¿Qué debo hacer?
Nag: A ver..., cuando mataron a Karait, el hombre grande llevaba un palo. Puede que aún lo tenga, pero cuando venga a bañarse por la mañana no lo traerá. Voy a esperar aquí hasta que entre. Nagaina..., ¿me oyes? Voy a esperar aquí, al fresco, hasta que llegue el día.
Narrador: No hubo contestación desde fuera, por lo que Rikki-tikki supo que Nagaina se había marchado. Rikki-tikki se quedó tan quieta como un muerto. Al cabo de una hora empezó a moverse. Nag estaba dormido, y Rikki-tikki contempló su inmensa espalda, pensando en cuál sería el mejor sitio para dar un mordisco.
Rikki: Si no le parto el espinazo al primer salto, podrá seguir luchando, y, como luche..., ¡ay, Rikki! Tendrá que ser en la cabeza; en la cabeza, por encima de la capucha, y una vez que esté ahí, no debo soltar.
Narrador: Entonces se lanzó sobre la cabeza de Nag mordiéndola cada vez con más fuerza. Después se vio zarandeada de un lado a otro, como una rata cogida por un perro. Estaba mareada, dolorida, y le parecía estar hecha pedazos cuando, de repente algo estalló como un trueno justo detrás de ella. El hombre grande se había despertado con el ruido, y había disparado los dos cañones de una escopeta recortada justo detrás de la capucha de Nag.
Padre: Aquí tenemos a la mangosta otra vez, Alice; ahora nuestra amiga nos ha salvado la vida a nosotros.
Narrador: Al llegar la mañana, casi no podía moverse, pero estaba muy satisfecha de sus hazañas.
Rikki: Ahora tengo que arreglar cuentas con Nagaina, y va a ser peor que cinco Nags, y además, no hay manera de saber cuándo van a empezar a abrirse los huevos de los que hablaba. ¡Caramba! Tengo que hablar con Darzee.
Narrador: Sin esperar al desayuno, Rikki-tikki fue corriendo al espino, donde encontró a Darzee cantando una canción triunfal a pleno pulmón.
Rikki: ¡Bah, estúpido montón de plumas sin seso! ¿Crees que es éste momento para ponerse a cantar?
Darzee: ¡Nag está muerto..., muerto..., muerto! La valiente Rikki-tikki lo agarró por la cabeza y no lo soltó. ¡El hombre grande trajo el palo que hace ruido y Nag quedó partido en dos! No volverá a comerse a mis pequeños.
Rikki: Todo eso es cierto; pero ¿dónde está Nagaina?
Darzee: Nagaina llegó a la compuerta del cuarto de baño y llamó a Nag. Y Nag salió colgado de un palo, porque el hombre que barre lo cogió así y lo tiró al estercolero. ¡Cantemos a la gran Rikki-tikki, la de los ojos rojos!
Rikki: ¡Si pudiera llegar a tu nido, echaría al suelo todas tus crías! No sabes lo que hay que hacer, ni cuándo hacerlo. Tú estarás muy seguro ahí arriba, en tu nido, pero yo estoy en plena guerra. Deja de cantar un momento, Darzee.
Darzee: Por complacer a la grande y hermosa Rikki-tikki, pararé. ¿Qué quieres, justiciera de Nag, el Terrible?
Rikki: Por tercera vez, ¿dónde está Nagaina?
Darzee: En el estercolero, junto a los establos, llorando la muerte de Nag. ¡Qué grande es Rikki-tikki, la de los dientes blancos!
Rikki: ¡Vete a paseo con mis dientes blancos! ¿Sabes dónde guarda sus huevos?
Darzee: En el melonar, en el lado que está más cerca de la pared, donde da el sol durante todo el día. Los escondió allí hace semanas ya.
Rikki: ¿Y no se te había ocurrido que sería buena idea contármelo? ¿En el lado que está más cerca de la pared, has dicho?
Darzee: Rikki-tikki, ¡no irás a comerte los huevos!
Rikki: No; a comérmelos, precisamente, no. Darzee, si tienes una pizca de sentido común, irás volando a los establos y harás como si se te hubiera roto un ala, dejando que Nagaina te persiga hasta este arbusto. Yo tengo que llegar al melonar, pero si voy ahora me va a ver.
Narrador: Darzee era un animalillo con la cabeza llena de serrín. Pero su esposa era un pájaro sensato, y sabía que los huevos de cobra significaban cobras jóvenes al cabo de algún tiempo; por eso salió volando del nido dejando que Darzee se quedara dando calor a los pequeños y cantando sobre la muerte de Nag. Darzee se parecía bastante a un hombre en algunas cosas.
Ella se puso a revolotear delante de Nagaina, junto al estercolero, y gritó:
Esposa de Darzee: ¡Ay, tengo un ala rota! El niño de la casa me ha tirado una piedra y me la ha roto.
Nagaina: Tú avisaste a Rikki-tikki cuando yo iba a matarla. Y, la verdad sea dicha, has cogido un sitio muy malo para ponerte a cojear.
Esposa de Darzee: ¡El niño me la ha roto con una piedra!
Nagaina: Bueno, pues puede que te sirva de consuelo saber que, cuando estés muerta, yo arreglaré cuentas con ese niño. Mi marido yace en el estercolero esta mañana, pero, antes de que caiga la noche, el niño de la casa también yacerá inmóvil. ¿De qué sirve intentar escapar? Te voy a coger de todas formas. ¡Tonta! ¡Mírame!
Narrador: La mujer de Darzee era demasiado lista para hacerle caso, porque un pájaro que mira a una serpiente a los ojos se queda tan asustado que no puede moverse. Rikki-tikki las oyó y se apresuró hacia el lado del melonar que estaba más cerca de la pared. Allí, en un lecho de paja, hábilmente ocultos entre los melones, encontró veinticinco huevos más o menos del tamaño de los de una gallina, pero cubiertos de piel blanquecina en lugar de cáscara.
Rikki: Menos mal que he venido hoy.
Narrador: Rikki-tikki sabía que, en cuanto rompieran los huevos, ya tendrían fuerza para matar a un hombre o a una mangosta. Fue mordiendo la punta de cada huevo, asegurándose de aplastar las cobritas. En ese momento, oyó a la mujer de Darzee gritando:
Esposa de Darzee: Rikki-tikki, he llevado a Nagaina hacia la casa, y ha subido a la terraza, y, ay, ven corriendo... ¡Va a matar!
Narrador: Rikki-tikki con el último huevo que le quedaba por aplastar en la boca, rodó hacia atrás por el melonar dirigiéndose hacia la terraza todo lo deprisa que le permitían las patas. Teddy, su padre, y la madre, estaban sentados a la mesa para desayunar. Parecían estatuas, y tenían las caras blancas. Nagaina estaba junto a la silla de Teddy, tan cerca de la pierna desnuda del niño, que podía lanzarse sobre ella sin ningún esfuerzo.
Nagaina: Hijo del hombre grande que mató a Nag, no te muevas. Aún no estoy preparada. Espera un poco. Quédense muy quietos, los tres. Si se mueven, ataco, y si no se mueven, también ataco. ¡Ay, esta gente estúpida, que mató a mi Nag...!
Narrador: Teddy no apartaba los ojos de su padre, y éste no podía hacer más que susurrar:
Padre: Estate quieto, Teddy. No te muevas. Teddy, estate quieto.
Narrador: Entonces se acercó Rikki-tikki y gritó:
Rikki: Date la vuelta, Nagaina. ¡Date la vuelta y lucha!
Nagaina: Cada cosa a su tiempo. Voy a arreglar cuentas contigo en seguida. Mira a tus amigos, Rikki-tikki. Están quietos y blancos; tienen miedo. No se atreven a moverse y, si tú te acercas un paso más, los atacaré.
Rikki: Ve a ver tus huevos el melonar, junto a la pared. Ve a mirar, Nagaina.
Nagaina: ¡Aah! Dame ese huevo que llevas.
Narrador: Rikki-tikki puso las patas una a cada lado del huevo; tenía los ojos ensangrentados.
Rikki: ¿Cuál es el precio de un huevo de serpiente? ¿Y el de una cobra joven? ¿Y el de una cobra gigante joven? ¿y el de la última..., la ultimísima de una nidada? Las hormigas se están comiendo las demás ahí abajo, en el melonar.
Narrador: Nagaina giró en redondo, olvidándose de todo por aquel único huevo; y Rikki-tikki vio cómo el brazo del padre de Teddy salía disparado, agarraba al niño por el hombro y lo pasaba por encima de la mesa y de las tazas de té, poniéndolo fuera del alcance de Nagaina.
Rikki: ¡Te lo has creído! ¡Te lo has creído! ¡Te lo has creído! El niño está a salvo y fui yo..., yo, yo..., quien cogió a Nag por la capucha ayer por la noche, en el cuarto de baño. Me sacudió hacia todos lados, pero no logró librarse de mí. Estaba muerto antes de que el hombre grande lo volara en pedazos. Fui yo. ¡Rikki-tikki! Anda, ven, Nagaina. Ven a luchar conmigo. Ya te queda poco de ser viuda.
Nagaina comprendió que había perdido su oportunidad de matar a Teddy, y que el huevo estaba entre las patas de Rikki-tikki.
Nagaina: Dame el huevo, Rikki-tikki. Dame el último de mis huevos y me iré y no volveré jamás.
Rikki: Sí, te irás y no volverás nunca, porque vas a acabar en el estercolero, con Nag. ¡Lucha, viuda! ¡El hombre grande ha ido a buscar su escopeta! ¡Lucha!
Narrador: Rikki-tikki daba saltos alrededor de Nagaina sin parar, manteniéndose justo fuera de su alcance, y sus ojillos parecían un par de brasas. Rikki-tikki se había olvidado del huevo. Seguía encima de la terraza, y Nagaina se fue acercando a él poco a poco, hasta que finalmente lo cogió en la boca, se volvió hacia las escaleras de la terraza, y bajó por el sendero como una flecha. Cuando la serpiente se metió en la ratonera en que había vivido con Nag, la mangosta había logrado clavarle los dientes blancos en la cola; y bajó tras ella..., aunque hay muy pocas mangostas que se atrevan a seguir a una cobra al interior de su agujero. Éste estaba muy oscuro. Entonces la hierba que rodeaba la entrada del agujero dejó de moverse, y Darzee dijo:
Darzee: Estamos desolados.
Narrador: Pero la hierba empezó a moverse otra vez, y Rikki-tikki, cubierta de barro, se arrastró fuera del agujero, sacando las patas de una en una y relamiéndose los bigotes.
Rikki: Todo ha terminado. La viuda no volverá a salir. Ahora voy a volver a la casa. Cuéntaselo al Herrerillo, Darzee, que ya se encargará él de informar a todo el jardín sobre la muerte de Nagaina.
Narrador: Cuando Rikki llegó a la casa, Teddy, la madre y el padre de Teddy salieron y casi se pusieron a llorar encima de ella; y aquella noche comió todo lo que le dieron, hasta que ya no pudo más, y se fue a dormir montada en el hombro de Teddy, y allí estaba cuando la madre fue a echarle un vistazo a última hora.
Madre: Nos ha salvado la vida, y a Teddy también.
Padre: ¡Fíjate! ¡Nos ha salvado la vida a todos!
Narrador: Rikki-tikki se despertó, dando un respingo, porque todas las mangostas tienen un sueño ligero.
Rikki: Ah, son ustedes. ¿De qué se preocupan tanto? Todas las cobras están muertas, y, si queda alguna, aquí estoy yo. 
 

El audio de este relato lo tienes aquí.



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