sábado, 14 de junio de 2014

La reina de las nieves.

Eric Kincaid
La Reina de las Nieves 

(Hans Christian Andersen. Adaptado) 

PRIMER EPISODIO Trata del espejo y del trozo de espejo.

Narrador: Un duende perverso construyó un espejo dotado de una curiosa propiedad: todo lo bueno y lo bello que en él se reflejaba se encogía, mientras que lo inútil y feo destacaba. Un día subió al cielo con él. El espejo se soltó de sus manos y cayó a la Tierra, donde quedó roto en millones de fragmentos. Cada fragmento conservaba la misma virtud del espejo entero. A algunas personas, uno de aquellos pedacitos llegó a metérseles en el corazón y éste se les volvió como un trozo de hielo. 

SEGUNDO EPISODIO: Un niño y una niña.

Narrador: Había una vez en la gran ciudad dos niños pobres, Kay y Gerda, que estaban siempre juntos. No eran hermanos, pero se querían como si lo fueran. Durante el buen tiempo cultivan las plantas de un pequeño jardín. Pero en invierno la abuela de Kay los reunía alrededor de la estufa para contarles historias mientras nevaba copiosamente en la calle. 
Abuela: ¡Mirad, ya está aquí el duro y frío invierno con su enjambre de abejas blancas !
Kay: ¿Tienen también una reina?
Abuela: ¡Claro que sí! Vuela en el centro del enjambre y nunca se posa en el suelo, sino que se vuelve volando a la negra nube. Algunas noches de invierno vuela por las calles de la ciudad y mira al interior de las ventanas.
Kay: ¡Sí, ya lo he visto!
Gerda: ¿Y podría entrar aquí la Reina de las Nieves?
Kay: Déjala que entre. La pondré sobre la estufa y se derretirá.
Abuela: ¡Ay, mi joven Kay qué cosas se te ocurren...!
Narrador: Un día los dos niños miraban un libro de estampas cuando Kay dijo: Kay: ¡Ay, qué pinchazo en el corazón! ¡Y algo me ha entrado en el ojo! Narrador: Era uno de aquellos granitos de cristal desprendidos del espejo, el espejo embrujado. Aquel horrible cristal que volvía pequeño y feo todo lo grande y bueno que en él se reflejaba, mientras hacía resaltar todo lo malo y ponía de relieve todos los defectos de las cosas. ¡Qué poco tardaría el corazón en volvérsele como un témpano de hielo!
Kay: ¿Por qué lloras? ¡Qué fea te pones! No ha sido nada. ¡Aquella rosa está agusanada! Y mira cómo está tumbada. No valen nada.¿Qué quieres que salga de este cajón!
Gerda: ¡Kay, qué te ocurre! ¿Por qué te comportas así?
Narrador: Un día Kay ató su trineo a un gran trineo pintado de blanco, ocupado por un personaje envuelto en una piel blanca y tocado con un gorro. El trineo se puso en marcha a gran velocidad y Kay no pudo soltarse de él. Cuando se detuvo pudo ver que quien lo guiaba era la reina de las Nieves.
Kay: ¡Qué frío tengo!
Reina de las Nieves: Hemos corrido mucho, Kay. Métete en mi piel de oso. Solo te daré un beso. No te volveré a besar, pues de lo contrario te mataría. Olvidarás tu hogar, olvidarás a Gerda y vivirás por siempre en mi hermoso palacio de hielo. 

 TERCER EPISODIO: El jardín de la hechicera.

Narrador: Llegó la primavera y Gerda salió en busca del Kay. Llegó al río que pasaba por las afueras de la ciudad pues pensaba que él se lo había llevado. Gerda: ¿Es cierto que me robaste a mi compañero de juego? Te daré mis zapatos nuevos si me lo devuelves. Llévame en esta barca a donde él esté. ¡Kay, Kay, Kay....!
Vieja: ¡Pobre pequeña! ¿Cómo viniste a parar a este río caudaloso y rápido que te ha arrastrado tan lejos? Ven y cuéntame quién eres y cómo has venido a parar aquí. ¡Pobre niña, pobre niña! ¡Siempre he suspirado por tener una niña bonita como tú. ¡Ya verás qué bien lo pasaremos las dos juntas!
Narrador: Y pacientemente peinó los cabellos de Gerda, mientras ésta iba olvidándose de su amiguito Kay, pues la vieja poseía el arte de hechicería, aunque no fuera una bruja perversa. Un día Gerda contempló una rosa pintada y le hizo recordar el motivo que la había llevado hasta allí.
Gerda: Tengo que encontrar a Kay. ¡Dios mío, cómo me he retrasado! ¡Estamos ya en otoño; tengo que darme prisa! Narrador: Y se puso en pie para reemprender su camino. Pobres piececitos suyos, ¡qué heridos y cansados! A su alrededor todo parecía frío y desierto. ¡Ay, qué gris y difícil parecía todo en el vasto mundo! 

CUARTO EPISODIO: El príncipe y la princesa.

Narrador: En el camino Gerda se encontró con una corneja a la que le contó su historia. Ella le habló de un príncipe inteligente que hacía poco tiempo había llegado desde un lugar lejano y que era tal su buen entendimiento que había conquistado el corazón de la princesa. 
Gerda: ¡Quizás sea Kay!
Narrador: La corneja la llevó al palacio, pero el príncipe no era Kay. Éste al conocer su historia, emocionado, quiso ayudarla, pues el empeño de aquella muchacha por encontrar a su amigo del alma le enterneció el corazón. Entonces, el príncipe le ofreció una carroza para que pudiera seguir su búsqueda.

QUINTO EPISODIO: La pequeña bandolera.

Narrador: Avanzaban a través del bosque tenebroso cuando fueron atacados por los bandidos.
Vieja bandidos: ¡Es de oro, es de oro! ¡A por ellos!
Narrador: Y, arremetiendo con furia, detuvieron los caballos, dieron muerte a los postillones, al cochero y a los criados y mandaron apearse a Gerda.
Vieja bandidos: Está lozana y apetitosa; la alimentaron con nueces, seguro. Será sabrosa como un corderillo bien cebado. ¡Se me hace la boca agua! ¡Ay! ¡Qué haces, maldita rapaza! ¡A mordiscos tratas a tu madre!
Hija bandidos: ¡Jugará conmigo! Me dará su manguito y su lindo vestido, y dormirá en mi cama.
Narrador: Aquella muchacha, aunque salvaje y endiablada, la salvó de una muerte segura. Aquella noche, cuando Gerda le contaba su historia a la ladronzuela, una de las palomas torcaces que estaba en la habitación les dijo: Paloma: Hemos visto a Kay. Iba sentado en la carroza de la Reina de las Nieves, que volaba por encima del bosque cuando nosotras estábamos en el nido. Sopló sobre nosotras y murieron todas menos nosotras dos.
Gerda: ¿Adónde iba la Reina de la Nieves? ¿Sabéis algo?
Paloma: Al parecer se dirigía a Laponia, donde hay siempre nieve y hielo. Pregunta al reno atado ahí.
Hija bandidos: Él te llevará Gerda. Allí nació y me crió. Haré eso por ti. ¡A galope, reno pero mucho cuidado con la niña!
Narrador: Enseguida el reno emprendió la carrera a campo traviesa, por el inmenso bosque, por pantanos y estepas, a toda velocidad. Aullaban los lobos y graznaban los cuervos. 

SEXTO EPISODIO: La lapona y la finesa.

Narrador: Al fin llegaron a Laponia. Fueron a ver a una anciana mujer que les dijo:
Anciana: En efecto, es verdad: Kay está aún junto a la Reina de las Nieves, a pleno gusto y satisfacción, persuadido de que es el mejor lugar del mundo. Pero ello se debe a que le entró en el corazón una astilla de cristal, y en el ojo, un granito de hielo. Hay que empezar por extraérselos; de lo contrario, jamás volverá a ser como una persona, y la Reina de las Nieves conservará su poder sobre él.
Narrador: Entonces, el reno le dijo a la anciana si no podría darle algún poder a Gerda para defenderse de la Reina de las Nieves.
Anciana: No puedo darle más poder que el que ya posee. ¿No ves lo grande que es? ¿No ves cómo la sirven hombres y animales, y lo lejos que ha llegado? Su fuerza no puede recibirla de nosotros; está en su corazón, por ser cariñosa e inocente. Si ella no es capaz de llegar hasta la Reina de las Nieves y extraer el cristal del corazón de Kay, nosotros nada podemos hacer. A dos millas de aquí empieza el jardín de la Reina; tú puedes llevarla hasta allí. 

SÉPTIMO EPISODIO: Del palacio de la Reina de las Nieves y de lo que luego sucedió. 

Narrador: Gerda entró en aquel castillo cuyos muros eran de nieve compacta, y sus puertas y ventanas estaban hechas de cortantes vientos. Kay estaba amoratado de frío, casi negro; y su corazón era como un témpano de hielo. Gerda: ¡Kay! ¡Mi Kay querido! ¡Al fin te encontré! 
Narrador: Pero él seguía inmóvil; entonces Gerda lloró lágrimas ardientes, que cayeron sobre su pecho y penetraron en su corazón, derritiendo el témpano de hielo y destruyendo el trocito de espejo. Entonces Kay prorrumpió en lágrimas; lloraba de tal modo, que el granito de espejo le salió flotando del ojo. Reconoció a la niña y gritó alborozado:
Kay:¡Gerda, mi querida Gerda! ¿Dónde estuviste todo este tiempo? ¿Y dónde he estado yo? ¡Qué frío hace aquí! ¡Qué grande es esto y qué desierto!
Narrador: Cogidos de la mano, los niños salieron del enorme palacio, vieron al reno que los aguardaba y emprendieron el camino de regreso a sus casas.

 El audio y vídeo de este relato, aquí.