martes, 9 de diciembre de 2014

El deseo de Teresa.








Narrador: Lo único que hacía Teresa en todo el día era cepillarse el pelo: un pelo rubio, liso y muy largo. Y yo, por mi parte, lo único que hacía era reñir a Teresa por pasarse todo el día cepillándose el pelo.
Teresa: Si tuvieses cosas más importantes que hacer, no te preocuparías por lo que hago yo.
Narrador: El verano se presentaba realmente aburrido. Todos mis amigos se habían ido de vacaciones a la playa con sus familias.
Pero sucedió que un día regresó Teresa a casa muy excitada: había encontrado algo. Le pregunté de qué se trataba:
Teresa: Es un deseo, ¿no lo ves?
Chico: Vaya… ¿Y para qué queremos un deseo?
Teresa: Chicos…
Narrador: Me detuve a examinarlo de nuevo. Era un deseo guapo, aunque esquelético y un poco triste, y no parecía tener mucha confianza en sí mismo. Insistí:
Chico: ¿Y para qué queremos un deseo?
Narrador: Decidí apoyar a mi hermana.
Chico: Por mí, bien. Ahora que mamá…
Teresa: Le gustará.
Narrador: Mamá regresó a las dos y media. Es enfermera y a esa hora sale del trabajo.
Estábamos los tres mirando la televisión
Madre: ¡Ah...!¡Ni se os ocurra! ¡Esta vez sí que no!
Teresa: ¡Mamá, déjame que te explique...!
Madre: ¡No, no, no y no! Primero trajiste un perro, después un gato. Y del ratón, ¿qué me dices del ratón, ese pobre animalito blanco que tanto ibas a cuidar y que acabó muriéndose de hambre y de pena?
Teresa: No era un ratón… era un hámster… Un hámster blanco.
Madre: Me da igual el color. Como si era violeta. Era un ratón y punto.
Teresa: A mí me gustaba.
Madre: Sí, te gustaba como te gusta todo lo que cae en tus manos. Pero después, al cabo de unos días, te olvidas de que tienes obligaciones y soy yo quien tiene que cargar con el mochuelo.
Teresa: Nunca hemos tenido un mochuelo.
Madre: ¡Grrrr!
Teresa: Pero mamá…
Madre: ¡No, no y no! ¡¿Me entiendes?!
Teresa: Pero mamá…
Madre: ¡Ni mamá ni nada, he dicho NO y basta!
Chico: Teresa, tal vez mamá tenga razón… Lo mejor es que lo echemos a la calle sin ningún tipo de miramientos… Al fin y al cabo, por el aspecto que tiene, no creo que le quede mucho de vida.
Narrador: Ambas me miraron absortas durante unos segundos, sin saber qué decir. Mi hermana echó a correr a su cuarto. Mamá no sabía cómo reaccionar, de repente se había quedado desarmada en pleno combate. Luego le di unos consejos, una charla de hijo a madre.
Chico: Es cierto que Teresa es algo irresponsable, pero mamá, piénsalo detenidamente… si los niños no fuésemos inmaduros y caprichosos, no seríamos niños.
Madre: De acuerdo, que se quede unos días hasta que se reponga… ¡Pero sólo unos días!
Mamá, resignada, acabó por ceder.
Narrador: Mamá, resignada, acabó por ceder.
Pasaban los días y el deseo se sentía cada vez más integrado en las actividades de la familia. Comía con nosotros, dormía en nuestro cuarto, participaba en nuestros juegos. Éramos uña y carne.
Yo le narraba mis peleas en el colegio, donde siempre resultaba vencedor.
Deseo: ¿Y esos moretones?
Chico: Ah, eso… Es para disimular. En las pelis los buenos también reciben de vez en cuando, ¿no?
Narrador: Papá telefoneó un domingo para preguntar qué tal nos iba. Estaba viviendo en un hotel hasta que se solucionara “el asunto”, asunto que Teresa y yo desconocíamos. Fue el deseo quien atendió la llamada. Callado, muy seguro de sí mismo estiró el cordón telefónico hasta mamá.
Deseo: Es el cabeza de familia.
Narrador: En los últimos tiempos, cada vez que mamá hablaba con papá adoptaba una actitud seria. Aquella vez, sin embargo, habló con soltura y acabó por reír. Cuando mamá ríe de verdad se le encienden los ojos y las mejillas y se le enciende todo lo bueno que puede haber en una persona.
Teresa: ¿Tú qué crees?
Chico: No sé, son cosas de mayores.
Narrador: Dos semanas más tarde, traté de nuevo el tema del inquilino:
Chico: Ya lleva aquí tres semanas, y parece restablecido. Si quieres, podemos decirle que se vaya buscando otro hogar.
Madre: Es hora de comer.
Narrador: Últimamente estaba de buen humor. Papá no llamaba ya los domingos. Bueno, sí lo hacía. Lo que quiero decir es que también llamaba los lunes. Y los martes. Y los miércoles… Seguramente también la telefonearía al trabajo. A Teresa y a mí nos gustaba mucho nuestro padre. La diferencia era que mi hermana y yo éramos mucho más flexibles que nuestra madre, y por eso nunca nos enfadábamos con él: en el fondo era un niño.
Pasaron cosas bonitas aquel verano....
Un día en que mamá no trabajaba, nos rogó que no saliésemos a la calle a jugar. Quería que estuviéramos a su lado. Así que para tenernos contentos, nos invitó a pastelitos de crema.
Recuerdo el día: 21 de diciembre.
Era papá. Traía regalos para todos. Y un par de maletas. Y de las grandes.
Mamá se quedó clavada ante su colosal entrada, haciéndose la dura. Papá se deshizo en besos con Teresa y conmigo. Y al ver al deseo caminando tímidamente hacia él, lanzó al aire una de sus famosas risotadas.
Padre: Vaya, así que tú eres el famoso deseo.
Narrador: Lo cogió en brazos y lo acarició. Papá siempre fue un tipo encantador. Y no lo digo porque sea mi padre.
Entonces, nuestros padres se miraron como se miran dos adolescentes que se gustan. Se les notaba incómodos pero felices. Teresa me tiró de la manga.
Teresa: Vamos a jugar. Tienen que hablar.
Chico: Sí, de acuerdo.
Narrador: Volvimos al cabo de una hora. Estaban mirando la televisión. Los tres en el sofá. Papá y mamá, abrazados; el deseo, dormido a sus pies. Se volvieron hacia nosotros y sonrieron. Nos abrazamos a ellos y después nos sentamos a su lado, en la alfombra. Por las mejillas de mamá descendió una lágrima. Una noche mágica. Deberíamos haber encendido la chimenea. Una lástima que no tuviéramos chimenea.
Padre: Por cierto ¿cómo se llama?
Chico y Teresa: ¿Quién?
Padre: ¡El deseo!
Narrador: ¡Caray, nadie lo sabía! Justo en ese momento, se despertó.
Madre: Nos preguntábamos cómo te llamabas .
Narrador: El deseo no respondió. Se limitó a mirarnos con picardía.
Orgulloso.
Feliz.
Cumplido.


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