domingo, 3 de febrero de 2013

Alí Babá y los cuarenta ladrones.

Alí Babá y los cuarenta ladrones.
(Las mil y una noches).
Había una vez un hombre que se llamaba Alí Babá y que tenía un hermano que se llamaba Kassim. Alí Babá era un honesto y pobre leñador. Kassim, sin embargo, era un rico haragán, más agarrado que una urraca. Alí Babá tenía una esposa, una hermosa criada que se llamaba Luz de la Noche, varios hijos y tres mulas. Kassim tenía una esposa y nunca se acordaba de visitar a su hermano, no fuera a ser que le saliera pidiendo algo.
Un día en que Alí Babá estaba en el bosque cortando leña oyó ruido de caballos galopando que se acercaban. Se asustó, pero como era curioso trepó a un árbol.
Vio que eran cuarenta caballos. Sobre cada caballo venía un ladrón, y cada ladrón tenía una bolsa llena de monedas de oro, rubíes, zafiros, ágatas y perlas. Delante de todos iba el jefe de los ladrones.
Los ladrones pasaron debajo de Alí Babá y cuando llegaron a una gran roca el jefe de los ladrones gritó:
Jefe: ¡Sésamo: ábrete!.
Y la roca, como si fuera un sésamo, se abrió por el medio. Los ladrones entraron por la abertura de la roca con caballos y todo, y una vez que estuvieron dentro el jefe gritó:
Jefe: ¡Sésamo: ciérrate!.
Y la roca se cerró. Al cabo de un rato, los ladrones salieron de la cueva y tras pronunciar el jefe de los ladrones las palabras mágicas, la roca se cerró y los ladrones se marcharon a todo galope.
Alí Babá: Yo también entraré en esa roca. El asunto será ver si otra persona, pronunciando las palabras mágicas, puede abrirla. ¡Sésamo: ábrete!.
Y la roca se abrió.
Una vez dentro se encontró con el tesoro más grande del mundo y, con toda tranquilidad, se ocupó de meter en una bolsa una buena cantidad de monedas de oro y rubíes. Abrió y cerró la cueva con las palabras mágicas...:
Alí Babá: ¡Sésamo: ciérrate!
Y él volvió a su casa, cantando de alegría. Cuando su esposa lo vio entrar con la bolsa se puso a llorar.
Esposa de Alí: ¿A quién le robaste eso?
Pero cuando Alí Babá le contó la verdadera historia, la mujer se puso a bailar con él.
Alí Babá: Nadie debe enterarse que tenemos este tesoro, porque si alguien se entera querrá saber de dónde lo sacamos, y si le decimos de dónde lo sacamos querrá ir también él a esa roca mágica, y si va puede ser que los ladrones lo descubran, y si lo descubren terminarán por descubrirnos a nosotros. Y si nos descubren a nosotros nos cortarán la cabeza. Enterremos todo esto.
Esposa de Alí: Antes contemos cuántas monedas y piedras preciosas hay.
Alí Babá: ¿Y terminar dentro de diez años? ¡Nunca!
Esposa de Alí: Entonces pesaré todo esto. Así sabré, al menos aproximadamente, cuánto tenemos y cuánto podremos gastar. Pediré prestada una balanza.
Desgraciadamente, la mujer de Alí Babá tuvo la mala idea de ir a la casa de Kassim y pedir prestada la balanza. Kassim no estaba en ese momento, pero sí su esposa.
Esposa de Kassim: ¿Y para qué quieres la balanza?
Esposa de Alí: Para pesar unos granos.
Esposa de Kassim: ¡Qué raro! Éstos no tienen ni para caerse muertos y ahora quieren una balanza para pesar granos. ¿Y qué clase de granos vas a pesar?
Esposa de Alí: Pues granos...
Esposa de Kassim: Voy a prestarte la balanza.
Pero antes de prestársela, y con todo disimulo, la mujer de Kassim untó con grasa la base de la balanza.
Esposa de Kassim: Algunos granos se pegarán en la grasa, y así descubriré qué estuvieron pesando realmente.
Alí Babá y su mujer pesaron todas las monedas y las piedras preciosas y, luego, las enterraron en un hoyo que Alí Babá había hecho en el patio de la casa. Después devolvieron la balanza. Pero una moneda de oro había quedado pegada a la grasa.
Esposa de Kassim: De manera que éstos son los granos que estuvieron pesando. Se lo mostraré a mi marido.
Cuando Kassim la vio el rubí, casi se muere del disgusto. Y él, que nunca se acordaba de visitar a Alí Babá, fue corriendo a buscarlo.
Kassim: ¡Sinvergüenzas! Ustedes siempre fueron unos pobres gatos. Díganme de dónde sacaron ese maravilloso tesoro si no quieren que los denuncie a la justicia.
Alí Babá, resignado, comprendió que lo mejor sería contarle la verdad.
Kassim: Mañana mismo iré hasta esa roca y me traeré todo a mi casa.
A la mañana siguiente, Kassim estaba frente a la roca dispuesto a pronunciar las palabras mágicas. Había llevado 12 mulas y 24 bolsas; tanto era lo que pensaba sacar.
Kassim: ¿Qué era lo que tenía que decir? Ah, sí, ahora recuerdo... ¡Sésamo: ábrete!.
La roca se abrió y Kassim entró. Después dijo:
Kassim: ¡Sésamo: ciérrate!
Y la roca se cerró con él dentro. Una hora estuvo Kassim parado frente a las montañas de moneda de oro y de piedras preciosas.
Kassim: Aunque tenga que venir todos los días, no dejaré la más mínima cosa de valor que haya aquí. Me lo voy a llevar todo a mi casa. Aunque me las llevaré todas, es mejor que empiece por las más grandes, no vaya a ser que por h o por b mañana no pueda venir y me quede sin las mejores.
La elección le llevó unas cinco horas. Pero en ningún momento se sintió cansado.
Kassim: Es el trabajo más hermoso que hice en mi vida. Gracias al tonto de mi hermano, me he convertido en el hombre más rico del mundo.
Y cuando cargó las 24 bolsas se dispuso a partir.
Kassim: ¿Qué era lo que tenía que decir? Ah, sí, ahora recuerdo... Alpiste: ábrete.
Pero la roca ni se movió.
Kassim: ¡Alpiste: ábrete!
Pero la roca no obedeció.
Kassim: Por Dios, olvidé el nombre de la semilla. ¿Por qué no lo habré anotado en un papelito?
Y, desesperado, empezó a pronunciar el nombre de todas las semillas que recordaba:
Kassim: Cebada: ábrete; Maíz: ábrete; Garbanzo: ábrete.
Al final, totalmente asustado, ya no sabía qué decir:
Kassim: Zanahoria: ábrete; Coliflor: ábrete; Calabaza: ábrete.
Hasta que la roca se abrió. Pero no por Kassim sino por los cuarenta ladrones que regresaban. Y cuando vieron a Kassim, le cortaron la cabeza.
Ladrón 1: ¿Cómo habrá entrado aquí?
Jefe: Ya lo averiguaremos. Lo dejaremos dentro de la cueva y, si alguno viene a recogerlo, sabremos que alguien más conoce nuestro secreto. Ahora salgamos a robar otra vez.
Y se fueron a robar, después de dejar bien cerrada la roca. Pero Alí Babá estaba preocupado porque Kassim no regresaba. Entonces fue a buscarlo a la roca. Cuando entró vio a Kassim muerto y se lo llevó a su casa para darle sepultura. Pero había un problema:
Alí Babá: ¿Qué diremos a los vecinos? Si contamos que Kassim ha sido muerto por los ladrones se descubrirá el secreto, y eso, ya lo sabemos, no nos conviene.
Luz de la Noche: Digamos que murió de muerte natural.
Dijo Luz de Noche, una sirvienta que, además de muy hermosa, era una doncella discreta y agudo ingenio.
Alí Babá: ¿Cómo vamos a decir eso? Nadie se muere sin cabeza.
Luz de la Noche: Yo lo resolveré.
Y fue a buscar a un zapatero. Camina que camina, llegó a la casa del zapatero.
Luz de la Noche: Zapatero, voy a vendarte los ojos y te llevaré a mi casa.
Zapatero: Eso nunca. Si voy, iré con los ojos bien libres.
Luz de la Noche: No. Toma esta moneda de oro.
Zapatero: ¡Vaya! Eso me parece muy bien. ¿Y para qué quieres vendarme los ojos?
Luz de la Noche: Para que no veas adónde te llevo y no puedas decir a nadie dónde está mi casa. Toma, aquí tienes otra moneda de oro.
Zapatero: Gracias. ¿Y qué tengo que hacer en tu casa?
Luz de la Noche: Coser a un muerto.
Zapatero: Ah, no, eso sí que no.
Luz de la Noche: Creo que esta moneda te ayudará a disipar tus dudas y temores.
Zapatero: Sin duda. Está bien, vamos a tu casa.
Y fueron. El zapatero cosió la cabeza del muerto, uniéndola. Y todo lo hizo con los ojos vendados. Finalmente volvió a su casa acompañado por Luz de la Noche y allí se quitó la venda.
Luz de la Noche: No cuentes a nadie lo que hiciste.
Y se fue contenta, porque con su plan ya estaba todo resuelto. De manera que cuando los vecinos fueron informados que Kassim había muerto, nadie sospechó nada.
Pero resulta que los ladrones volvieron a la roca y vieron que Kassim no estaba. Ninguno de los ladrones era muy inteligente que digamos, pero el jefe dijo:
Jefe: Si el muerto no está, quiere decir que alguien se lo llevó. Quiere decir que el que entró pronunció las palabras secretas.
Ladrón 1: ¿Y eso qué quiere decir?
Jefe: ¡Quiere decir que alguien descubrió el secreto!
Todos: ¿Y eso qué quiere decir?
Jefe: ¡Que hay que cortarle la cabeza!
Todos: ¡Muy bien! ¡Cortémosela ahora mismo!
Jefe: Primero tenemos que saber quién es el que descubrió nuestro secreto. Uno de ustedes debe ir al pueblo y averiguarlo.
Ladrón 1: Yo iré.
Cuando el ladrón llegó al pueblo, pasó frente al taller de un zapatero y entró. Dio la casualidad de que era el zapatero que ya sabemos.
Ladrón 1: Zapatero, estoy buscando a un muerto que se murió hace poco. ¿No lo viste?
Zapatero: ¿Uno sin cabeza?
Ladrón 1: El mismo.
Zapatero: No, no lo vi.
Ladrón 1: De mí no se ríe ningún zapatero. Bien sabes de quién hablo.
Zapatero: Sí que sé, pero juro que no lo vi.
Y el zapatero le contó todo.
Ladrón 1: Qué lástima, yo quería recompensarte con esta linda bolsita llena de moneditas de oro.
Zapatero: Un momento, yo no vi nada, pero debes saber que los ciegos tienen muy desarrollados sus otros sentidos. Cuando me vendaron los ojos, súbitamente se me desarrolló el sentido del olfato. Creo que por el olor podría reconocer la casa a la que me llevaron. Véndame los ojos y sígueme. Me guiaré por mi nariz.
Así se hizo. Con su nariz al frente fue el zapatero oliendo todo. Detrás de él iba el ladrón. Hasta que se pararon frente a una casa.
Zapatero: Es ésta. La reconozco por el olor de la leña que sale de ella.
Ladrón 1: Muy bien. Haré una marca en la puerta para que pueda guiar a mis compañeros hasta aquí y cumplir nuestra venganza amparados por la oscuridad de la noche.
Y el ladrón hizo una cruz en la puerta. Después ladrón y zapatero se fueron, cada cual por su camino. Pero Luz de la Noche había visto todo. Entonces salió a la calle y marcó la puerta de todas las casas con una cruz igual a la que había hecho el ladrón. Después se fue a dormir muy tranquila.
Ladrón 1: Jefe, con ayuda de un zapatero descubrí la casa del que sabe nuestro secreto y ahora puedo conducirlos hasta ese lugar.
Jefe: Aún en la oscuridad de la noche, ¿no te equivocarás de casa?
Ladrón 1: No. Porque marqué la puerta con una cruz.
Todos: Vamos.
Y blandiendo sus alfanjes se lanzaron a todo galope.
Ladrón 1: Ésta es la casa.
Jefe: ¿Cuál?
Ladrón 1: La que tiene la cruz en la puerta.
Jefe: ¡Todas tienen una cruz! ¿Cuántas puertas marcaste?
El ladrón casi se desmaya. Pero no tuvo tiempo porque el jefe, enfurecido, le cortó la cabeza. Y, sin pérdida de tiempo, ordenó el regreso. No querían levantar sospechas.
Jefe: Alguien tiene que volver al pueblo, hablar con ese zapatero y tratar de dar con la casa.
Ladrón 2: Iré yo.
Jefe: No, seré yo el vaya mañana y hablaré con ese zapatero.
Al día siguiente el jefe de los ladrones buscó al zapatero. Y lo encontró. Y el zapatero se hizo vendar los ojos. Y lo guió. Y le mostró la casa. Pero el jefe no hizo ninguna cruz en la puerta ni otra señal. Lo que hizo fue quedarse durante diez minutos mirando bien la casa.
Jefe: Ahora soy capaz de reconocerla entre diez mil casas parecidas.
Y fue en busca de sus muchachos.
Jefe: Ladrones, para entrar en la casa del que descubrió nuestro secreto y cortarle la cabeza sin ningún problema, me disfrazaré de vendedor de aceite. En cada caballo cargaré dos tinas de aceite sin aceite. Cada uno de ustedes se esconderá en una tina y cuando yo dé la orden ustedes saldrán de la tina y mataremos al que descubrió nuestro secreto y a todos los que salgan a defenderlo.
Todos: Muy bien.
Los caballos fueron cargados con las tinas y cada ladrón se metió en una de ellas. El jefe se disfrazó de vendedor de aceite y después tapó las tinas.
Llegaron a la casa de Alí Babá y el jefe de los ladrones pidió permiso para pasar.
Alí Babá: ¿Quién eres?
Jefe: Un pacífico vendedor de aceite. Lo único que te pido es albergue, para mí y para mis caballos.
Alí Babá: Adelante, pacífico vendedor.
Y les dio albergue. Y también comida, y dulces y licores. Pero el jefe de los ladrones lo único que quería era que llegara la noche para matar a Alí Babá y a toda su familia.
Y la noche llegó.
Pero resulta que hubo que encender las lámparas.
Luz de la Noche: Nos hemos quedado sin una gota de aceite y no puedo encender las lámparas. Por suerte hay en casa un vendedor de aceites; sacaré un poco de esas grandes tinas que él tiene.
Luz de la Noche tomó un pesado cucharón de cobre y fue hasta la primera tina y levantó la tapa. El ladrón que estaba adentro creyó que era su jefe que venía a buscarlo para lanzarse al ataque, y asomó la cabeza.
Luz de la Noche: ¡Qué aceite más raro!
Exclamó Luz de la Noche, y le dio con el cucharón en la cabeza. El ladrón no se levantó más.
Luz de la Noche fue hasta la segunda tina y levantó la tapa, y otro ladrón asomó la cabeza, creyendo que era su jefe.
Luz de la Noche: Un aceite con turbantes.
Y le dio con el cucharón. El ladrón no se levantó más. Tina por tina recorrió Luz de la Noche, y en todas le pasó lo mismo. A ella y al que estaba adentro. Enojadísima, fue a buscar al vendedor de aceite, y blandiendo el cucharón le dijo:
Luz de la Noche: Es una vergüenza. No encontré ni una miserable gota de aceite en ninguna de sus tinas. ¿Con qué enciendo ahora mis lámparas?
Le dio con el cucharón en la cabeza y el jefe de los ladrones cayó redondo.
Alí Babá: ¿Por qué tratas así a mis huéspedes?
Entonces Luz de la Noche quitó el disfraz al jefe de la banda y todo quedó aclarado. Como es de imaginar, los ladrones recibieron su merecido.
Y eso fue lo que pasó con ellos.
En cuanto a Alí Babá, dicen que al día siguiente fue a buscar algunas monedas de oro a la roca, y que cuando llegó no encontró nada: la roca había desaparecido, con tesoro y todo.

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