miércoles, 5 de diciembre de 2012

El pacto del bosque

 
El pacto del bosque.
(Gustavo Martín Garzo. Adaptación)

Madre: ¡Venga, venga..., a la cama! Vamos, que ya es hora de dormir... Gonzalo, Paula, venga...; hasta que no estéis bien arropaditos no pienso comenzar. Así me gusta, muy bien... En aquel bosque, los lobos eran amigos de los conejos y nunca les hacían daño.
Gonzalo: ¡Yo sé por qué era!
Madre: A ver, señorito sabelotodo, dinos por qué.
Gonzalo: Por algo que les pasó a Orejitas y Lametón.
Madre: ¿Y quienes eran Orejitas y Lametón?
Gonzalo: Dos conejos muy buenos, mami.
Madre: Es verdad. Eran dos hermosos conejitos que desobedecieron a su mamá y un día abandonaron la madriguera sin su permiso. Orejitas tenía unas orejas muy largas y Lametón tenía la manía de chuparlo todo, todo. (Gestos/ risas de los niños). La señora coneja le fabricó un chupete con palo de regaliz, para que no anduviera llevándose a la boca todas las porquerías que encontraba. Orejitas y Lametón se alejaron tanto de su madriguera que acabaron perdiéndose. De repente, se hizo de noche y comenzaron a sentir miedo. Entonces, buscaron un lugar donde esconderse hasta la llegada del nuevo día, pero, de pronto, oyeron el llanto de un animal. Los dos conejos se acercaron y vieron a una enorme loba gris tumbada en el suelo. Tenía la barriga enorme, pues estaba a punto de dar a luz una camada de lobitos, y lloraba sin cesar.
-¿Por qué lloras? -le preguntó Orejitas temblando, pues pensaba que se lo iba a comer.
-Me he quedado ciega. El agua negra del pantano me cegó la vista. ¿Cómo podré alimentar y proteger a mis lobitos cuando nazcan?

Entonces, Lametón, se acercó a sus ojos y comenzó a lamérselos. Y así fue como le quitó el barro de sus párpados, que era la causa de su ceguera, y la loba recuperó la vista. Entonces, la loba, los cobijo junto a su barriga para que pasaran allí calientes la noche.
A la mañana siguiente, los acompañó a su madriguera y les prometió que cuando nacieran los lobitos, vendrían a verlos. Y la loba cumplió su promesa. Cuando alguno de los lobitos se hacía daño, corría junto a Lametón para que le chupara la herida.
Fue así como se selló el pacto del bosque y los lobos dejaron de perseguir a los conejos, pues pensaban que su saliva tenía el poder mágico de curar.

Paula: Pero eso no es cierto, ¿verdad, mamá?
Madre: ¿Quién lo sabe, Paula? En realidad, lo que la curó fue el amor. Y, ahora, a dormir, que ya es hora de que abráis la puerta a vuestros dulces sueños...

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