jueves, 3 de mayo de 2012

Los higos



Los higos.
(Adaptación cuento tradicional hebreo)
El emperador volvía a caballo de recorrer sus tierras cuando vio al margen del camino a un anciano que estaba plantando un árbol. Lleno de curiosidad, el emperador se apeó del caballo y le dijo al anciano:

Emperador: ¿Por qué te molestas en plantar un árbol con la edad que tienes?¿No ves que,cuando empiece a dar frutos, lo más seguro es que ya estés muerto?¡Deja la tarea de plantar árboles para tus hijos y tus nietos!
Anciano:Majestad, planto árboles igual que lo hicieron mis padres y mis abuelos. Cuando yo nací, había ya muchos árboles en el mundo, porque los habían plantado nuestros antepasados. Así que ahora me toca a mí plantar los árboles del futuro para que los disfruten mis hijos y mis nietos. Seguro que este árbol que veis aquí, de ramas tan desnudas y esmirriadas, será algún día una buena higuera.
Emperador: ¡Me encantan los higos! Si todavía estás vivo cuando tu higuera empiece a darlos, tráeme unos cuantos a palacio, porque me gustará mucho probarlos. Ojalá que Dios te dé muchos años de vida para que puedas seguir plantando árboles y comiendo sus frutos.

Tras decir esto, el emperador subió de nuevo al caballo y siguió su camino.
Tiempo después, la higuera empezó a echar hojas, y a los tres años dio sus primeros frutos. Entonces, el anciano tomó su mejor cesta, la limpió hasta sacarle brillo y la llenó con sus higos más lozanos. Luego, le pidió a un vecino suyo un paño para taparlos y, tras colgarse la cesta del brazo, salió camino de palacio.
Cuando llegó, los guardias del emperador le cerraron el paso. Tomaron al viejo por un mendigo, incluso por un loco.

Anciano: Fue el emperador quien me pidió los higos.

Los guardias no se lo creyeron. Con todo, fueron a consultar con el emperador, quien, tras hacer memoria, dijo:

Emperador: Sí, creo recordar que, hace tres o cuatro años, vi a un anciano en el campo plantando una higuera y me paré a hablar con él. Dejadle entrar.
Cuando el anciano estuvo ante el emperador, le entregó los higos. El emperador los olió y quedó encantado con su fragancia. Luego, tomó uno y se lo comió con gran placer.

Emperador: ¡Hum! Si todos lo higos de tu higuera son tan dulces como éste, no hay duda de que hiciste muy bien al plantarla. Espero que tengas una larga vida. Y, para que veas cuánto me gustan tus higos, voy a corresponderte con un regalo. Tesorero, llena la cesta de este anciano de monedas de oro.

El anciano hizo el camino de vuelta con una sonrisa en los labios. Ya estaba a la puerta de su casa cuando se cruzó con su vecino, el que le había prestado el paño para cubrir los higos. Lleno de curiosidad, el vecino le preguntó:

Vecino: ¿De dónde vienes? Veo que te has vestido con tus mejores ropas, así que no hay duda de que has ido ha visitar a una persona importante. Ven a tomar el té y nos lo cuentas todo.

El anciano aceptó la invitación y entró en casa de su vecino. Dejó la cesta sobre la mesa y levantó el paño con el que había tapado los higos.

Anciano: Aquí tenéis vuestro paño. Mil gracias por habérmelo dejado.

El vecino y su mujer se quedaron embobados mirando las monedas de oro que había dentro de la cesta. El anciano les contó que el emperador se las había regalado para agradecerle unos higos.
Cuando el anciano se volvió a su casa, la mujer del vecino se plantó delante de su esposo y le dijo:

Mujer: ¡Mira que eres tonto ! ¡Tantos años pensando en un modo de hacerte rico y no se te había ocurrido el más simple de todos! ¡Ahora mismo vas a llenar una cesta de higos y se las vas a llevar al emperador! Le dices que se los coma y luego le pides que te llene la cesta de monedas de oro. Venga, ¿a qué esperas? Ve preparándote, que yo voy a buscar la cesta.

Cuando llegó al palacio, les pidió a los guardias que le dejasen entrar, pero ellos se negaron.
Vecino: ¿Cómo que no me dejáis pasar?

Justo entonces, el emperador paso por allí y oyó la discusión.

Emperador: ¿Por qué querrías verme?
Vecino: Majestad, mi vecino os trajo una cesta de higos y le pagásteis con una buena cantidad de monedas de oro. Yo también os traigo unos higos excelentes. ¿Verdad que me merezco una recompensa ?
Emperador: ¡Ah, cuando tu vecino me dio los higos, me los regaló de todo corazón, y sin esperar nada a cambio ! Pero no te preocupes, que también a ti daré lo que te mereces.

Entonces, el emperador ordenó a sus guardias que ataran a aquel hombre a la puerta del palacio y que dejaran la cesta llena de higos en el suelo. Y luego añadió:

Emperador: ¡Ordeno que el que pase por aquí tome un higo y se lo lance a la cara a este mentecato !

Y así se hizo. Todo el que pasó por delante del palacio sacó un higo de la cesta y lo estampó con las narices del hombre atado. Cuando los higos se acabaron, el emperador mandó soltar al hombre y le permitió que volviera a casa.
Su esposa lo esperaba en la puerta, impaciente por ver la monedas de oro. Cuando vió la cesta vacía, exclamó muy decepcionada:

Mujer: Pero, ¿qué es lo que ha pasado? ¿Dónde están las monedas de oro?
Vecino: ¡Ay, esposa querida, no sabes lo estúpidas que llegan a ser tus ideas! ¿Conque me iban a dar oro a cambio de unos pocos higos, eh? ¡Pues entérate de que me los han tirado todos a la cara! ¿Y aún tengo que estar agradecido... ?
Vecino: ¿Agradecido? ¿Por qué?
Mujer: Porque nuestro vecino tuvo la buena idea de plantar una higuera. ¡Imagínate qué habría sido de mí si se le hubiera ocurrido plantar un limonero!

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