jueves, 1 de septiembre de 2011

Caperucita Roja

Caperucita Roja.
(Texto adaptado de Perrault y hermanos Grimm)


Había una vez una niña en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera visto a la que su madre y su abuela querían con locura. La abuela le había hecho una caperuza roja para cuando saliera al campo y, por eso, todo el mundo terminó por llamarla Caperucita Roja.
Un día su madre, después de preparar unas tortas, le dijo.
-Anda a ver cómo está tu abuela, que ya sabes que ha caído enferma; llévale esta torta y un tarrito de mantequilla. Y procura no perder tiempo en el camino...
Para llegar a la aldea donde vivía su abuela Caperucita tenía que atravesar el bosque, y apenas se adentró en él se encontró con el señor lobo, que tuvo muchas ganas de comérsela, pero no se atrevió porque unos leñadores andaban por ahí cerca. Él le preguntó:
-¿Se puede saber hacia dónde vas tan presurosa?
La pobre niña, que no sabía que era peligroso detenerse a hablar con un lobo, le dijo:
-Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.
-¿Vive muy lejos?
-¡Oh, sí!, más allá del molino que se ve allá lejos, en la primera casita de la aldea.
-Pues bien, yo también quiero ir a verla; te propongo un juego yo iré por este camino, y tú por aquél, y veremos quién llega primero.
El lobo partió corriendo a toda velocidad por el camino que era más corto y la niña se fue por el más largo entreteniéndose en coger avellanas, en correr tras las mariposas y en hacer ramos con las florecillas que encontraba. Poco tardó el lobo en llegar a casa de la abuela.
-¿Quién es?
-Es tu nieta, Caperucita Roja, que te trae una torta y un tarrito de mantequilla de parte de mamá.
La cándida abuela, que estaba en cama porque no se sentía bien, le gritó:
-Tira la aldaba y el cerrojo caerá.
Y la puerta se abrió. Se abalanzó sobre la buena mujer y la devoró en un santiamén. En seguida cerró la puerta y fue a acostarse en el lecho de la abuela, esperando a Caperucita Roja quien, un rato después, llamó a la puerta:
-¿Quién es?
Caperucita Roja, al oír la ronca voz del lobo, primero se asustó, pero creyendo que su abuela estaba resfriada, contestó:
-Soy tu nieta, Caperucita, te traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi mamá te envía.
-La puerta está abierta. Levanta el pestillo y pasa, nietecita.
Caperucita Roja alzó el pestillo y la puerta se abrió. El lobo, al verla entrar, se ocultó lo mejor que pudo entre las sábanasy le dijo:
-Deja la torta y el tarrito de mantequilla en la repisa y ven a acostarte conmigo.
Caperucita Roja se desvistió y se metió en la cama y quedó muy asombrada al ver la forma de su abuela en camisa de dormir.
-Abuela, ¡qué brazos tan grandes tienes!
-Es para abrazarte mejor, hija mía.
-Abuela, ¡qué piernas tan grandes tiene!
-Es para correr mejor, hija mía.
Abuela, ¡qué orejas tan grandes tiene!
-Es para oírte mejor, hija mía.
-Abuela, ¡qué ojos tan grandes tiene!
-Es para verte mejor, hija mía.
-Abuela, ¡qué dientes tan grandes tiene!
-¡Es para comerte mejor!
Y, diciendo esto, el lobo saltó de la cama y se tragó a la pobre Caperucita Roja. Cuando el mal bicho estuvo harto, se metió nuevamente en la cama y se quedó dormido, roncando ruidosamente.
He aquí que acertó a pasar por allí un cazador...
-¡Caramba, cómo ronca la anciana! ¡Voy a entrar, no fuera que le ocurriese algo!
Entró en el cuarto y, al acercarse a la cama, vio al lobo que dormía en ella.
- ¡Ajá! ¡Por fin te encuentro, viejo bribón! ¡No llevo poco tiempo buscándote!
Y se disponía ya a dispararle un tiro, cuando se le ocurrió que tal vez la fiera habría devorado a la abuelita y que quizás estuviese aún a tiempo de salvarla. Dejó, pues, la escopeta, y, con unas tijeras, se puso a abrir la barriga de la fiera dormida. A los primeros tijerazos, pudo sacar a la niña y a la abuelita vivas aún, aunque casi ahogadas. Caperucita corrió a buscar gruesas piedras, y con ellas llenaron la barriga del lobo. Éste, al despertarse, trató de escapar; pero las piedras pesaban tanto, que cayó al suelo muerto.
Los tres estaban la mar de contentos. El cazador despellejó al lobo y se marchó con la piel; la abuelita se comió la torta y se sintió muy restablecida. Y, entretanto, Caperucita pensaba:
-«Nunca más, cuando vaya sola, me apartaré del camino desobedeciendo a mi mamá».

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