jueves, 17 de marzo de 2011

La Cenicienta.


La Cenicienta.
(Charles Perrault.Texto adaptado)
Había una vez un hombre que se casó en segundas nupcias con una mujer, la más altanera y orgullosa que jamás se haya visto. Tenía dos hijas por el estilo y que se le parecían en todo.
El marido, por su lado, tenía una hija dulce y bondadosa; condición que había heredado de su madre, la mejor persona del mundo.
Tan pronto se celebró la boda, la madrastra sacó su mal carácter; pues, no podía soportar las cualidades de la joven, que hacían aparecer todavía más odiosas a sus hijas. La obligaba a realizar las tareas más duras de la casa: fregaba el suelo, limpiaba los cuartos, planchaba...; y, a cambio,dormía en el desvan sobre un duro jergón, mientras sus hermanas lo hacían en mullidos lechos y disponían de espejos en los que se podían mirar de cuerpo entero.
La pobre muchacha aguantaba todo con paciencia, y no se atrevía a quejarse ante su padre. Cuando terminaba sus quehaceres, se instalaba en el rincón de la chimenea sentándose sobre las cenizas para descansar, por eso la llamaban Cenicienta; sin embargo, Cenicienta, con sus míseras ropas, era cien veces más hermosa que sus hermanas que andaban tan ricamente vestidas.
Sucedió que un día el hijo del rey dio un baile al que invitó a todas las personas distinguidas; por supuesto, nuestras dos señoritas también fueron invitadas. Estaban tan satisfechas y preocupadas que no hablaban más que de la forma en que irían vestidas y peinadas.
-Yo, me pondré mi vestido de terciopelo rojo y mis adornos de Inglaterra.
-Yo,iré con mi falda sencilla; pero en cambio, me pondré mi abrigo con flores de oro y mi prendedor de brillantes, que no pasarán desapercibidos.
Mientras Cenicienta las peinaba, ellas le decían:
-Cenicienta, ¿te gustaría ir al baile?
-Ay, señoritas, os estáis burlando, eso no es cosa para mí.
-Tienes razón.
Otra les habría arreglado mal los cabellos, pero ella tan buena que las peinó con toda perfección.
Finalmente, llegó el día feliz; partieron las hermanas y cuando Cenicienta las perdió de vista se puso a llorar. Sucedió entonces que su hada madrina al verla anegada en lágrimas se le apareció y le dijo:
-¿Te gustaría ir al baile, no es cierto?
-¡Ay, sí!
-¡Eres una buena chica! Está bien, voy a arreglar las cosas para que vayas. Corre al jardín y trae una calabaza.
Cenicienta le llevó la mejor que encontró y su madrina la vació dejando solamente la cáscara. Luego, la tocó con su varita mágica e instantáneamente la calabaza se convirtió en una carroza dorada.
-Bueno, ahora llévame a la ratonera.¡Alguien tendrá que tirar de este carruaje, ¿no?!
-Enseguida.
-Necesito seis caballos. Muy bien, estos ratones me servirán. Ahí tienes seis hermosos caballos grises. Ahora, llévame a la trampa de las ratas. ¡Ah, estupendo...! Esta rata de imponentes barbas se convertirá en un cochero de precioso bigote.
Y a cada golpe de vara mágica, todo se transformaba según sus deseos...
-Baja al jardín, muchacha. Allí encontrarás seis lagartos detrás de la regadera; tráemelos.
Tan pronto los trajo, la madrina los trocó en seis lacayos que se subieron en seguida a la parte posterior del carruaje. El hada dijo entonces a Cenicienta:
-Bien, ya tienes todo listo para ir al baile.¿Estás contenta?
-Pero, ¿cómo voy a presentarme con este vestido tan viejo?
-¡Eso tiene solución...!
No hizo más que tocarla con su varita, y al momento sus ropas se convirtieron en un magnífico vestido; finalmente le dio un par de zapatillas de cristal, y antes de partir en el carruaje su hada madrina le recomendó:
-Debes regresar antes de la medianoche. Si te quedas en el baile un minuto más, la carroza volverá a convertirse en calabaza, los caballos en ratones, los lacayos en lagartos, y tus viejos vestidos recuperarán su forma primitiva.
-Te prometo que saldré del baile antes de la medianoche.
Al fin partió la carroza llevando en su interior al ser más radiante y feliz.
Avisaron al príncipe de la llegada de una hermosa princesa que nadie conocía. Él corrió a recibirla; y, dándole la mano al bajar del carruaje, la llevó al salón donde todos quedaron absortos contemplando la gran belleza de aquella joven desconocida. Hasta el mismo rey comentó:
-¡Qué hermosa es! Hace mucho tiempo no veía a una joven tan bella y graciosa.
El príncipe bailó y bailó con la bella desconocida y Cenicienta lo hacía con tanta gracia que aún se le admiraba más.
De pronto sonaron unas campanas en el reloj de palacio y Cenicienta con una reverencia se despidió de todos saliendo lo más de prisa que pudo.
Apenas hubo llegado, fue a buscar a su madrina:
-¡Gracias madrina, me habéis hecho tan feliz...! El príncipe me ha pedido que no falte al baile que tendrá lugar mañana.
-Me alegro jovencita. Mañana estarás de nuevo allí. Y ahora debo desaparecer..., tus dos hermanastras están al llegar y no quiero ni verlas.
Y así sucedió efectivamente. Sus dos hermanas se presentaron en el desván que servía de habitación de Cenicienta para ufanarse de la fiesta a la que ellas habían asistido.
-Si hubieras ido al baile no te habrías aburrido; asistió la más bella princesa, la más bella que jamás se haya visto.
-¡Nos hizo mil atenciones, nos dio naranjas y limones...!
-Y..., decidme, ¿cómo se llama tan hermosa joven?
-Nadie lo sabe.
-Ni el mismo príncipe, que bailó sin cesar con ella, fue capaz de pronunciar su nombre en toda la noche.
-¿Tan bonita era? Dios mío, felices vosotras...
Al día siguiente las dos hermanas fueron al baile, y Cenicienta también. El príncipe, nada más verla, no se separó de ella: toda una noche de risas, bailes y palabras que eran susurros de amor... De repente, el implacable reloj de palacio marcó la primera campanada de medianoche y Cenicienta salió corriendo, ligera como una gacela. El príncipe salió tras ella sin poder alcanzarla, sólo pudo recoger una zapatilla de cristal que la joven había perdido en la escalinata de palacio en su precipitada huida.
Cenicienta llegó a casa sofocada, sin carroza, sin lacayos, con el viejo vestido de todos los días...; en un instante, su deslumbrante apariencia había desaparecido, y sólo una zapatilla oculta entre sus manos, igual a la que se le había caído, quedó como recuerdo de aquella maravillosa noche.
A los pocos días el hijo del rey hizo proclamar que se casaría con la persona cuyo pie se ajustara a la zapatilla.
Empezaron probándola con lo pies de princesas, duquesas: ¡toda la corte!, pero fue inútil, a nadie le entraba. Pasaron los días y, al fin, la llevaron a la casa donde vivían las dos hermanas, que hicieron todo lo posible para que el pie cupiera dentro de la zapatilla, pero no pudieron.
-¡Ummh..!, ya entra, ya entra, ¡ummh..! ¡Ay, qué dolor!
Entonces Cenicienta, que había reconocido su zapatilla, pidió humildemente:
-¿Puedo probar si a mí me calza?
-¿Tú, mocosa? ¿Cómo te atreves? No me hagas reír...
-¡Vete a sentarte sobre las cenizas, que es lo tuyo!
-Es los justo. Tengo órdenes de probarla a todas las jóvenes-, dijo el gentilhombre que probaba la zapatilla.
Hizo sentarse a Cenicienta y acercando la zapatilla a su piececito, vio que encajaba sin esfuerzo y que era hecha a su medida.
Grande fue el asombro de las dos hermanas, pero más grande aún cuando Cenicienta sacó de su bolsillo la otra zapatilla y se la puso. En esto llegó la madrina y tocado con su varita el vestido de Cenicienta, lo volvió más deslumbrante que los anteriores.
Cenicienta fue conducida a palacio ante el joven príncipe y pocos días después se casaron con la alegría y el esplendor que ya todos conocéis. Y no me preguntéis qué fue de las dos hermanas: ¡Bien lo sabéis! Y ahora borrad de vuestros rostros esa cara de bobos que se os ha colgado que ya llega la orquesta que tocó en la boda y ¡a bailar!.

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