martes, 2 de noviembre de 2010

Perseo. (2ª Parte)

PERSEO.
(Segunda Parte)

Perseo, hijo del dios Zeus y la mortal Dánae, protegido por la diosa de la guerra, Atenea, y por Mercurio, dios de , ha conseguido la cabeza de Medusa, una de las tres Gorgonas cuyos cabellos son serpientes y capaz de petrificar a aquel que la mire de frente. Con este trofeo, sin el cual no podía volver de nuevo a la isla de Séfiros, gobernada por el tirano Polidectes, pretendiente de su madre, se presenta ante el rey, el cual, ansioso por comprobar la realización de una misión imposible, queda petrificado al abrir el zurrón que contiene tan horrible y repugnante monstruo. Liberada su madre y aclamado por los habitantes de Séfiros, Perseo emprende viaje hacia el reino de Argos, a cuyo trono aspira legítimamente por ser nieto del rey Acrisio, causante de toda esta tragedia.

La fama de las hazañas del hijo de Dánae había llegado a oídos de Acrisio. Su hija y su nieto habían sobrevivido después de haber sido abandonados en un arcón en alta mar. Con el fin de liberarse de la profecía, Acrisio huyó del reino de Argos, y se refugió en la ciudad de Larisa, pues apreciaba más su propia vida que el trono. Al llegar a Argos, Perseo accedió al trono al faltar su abuelo. Una noche, la diosa Atenea, se le apareció y Perseo, postrándose ante ella, le ofreció el zurrón con la cabeza de Medusa y le devolvió el escudo con la que pudo conseguirla:
- Dentro de él va la cabeza de Medusa. ¿Quién podría hacer mejor uso de ella que tú, que eres la diosa tanto de la guerra como de la sabiduría?
- Recibo tu regalo Perseo, y te quedo muy agradecida.
Desde entonces, Medusa, la cabeza con cabellos de serpientes, adorna el escudo de la diosa.
Mientras tanto, el rey de Larisa organizó unos juegos a los que asistió Acrisio, el padre de Dánae. Ya en el estadio a Acrisio le llamó la atención la actitud de un joven atleta que, antes de lanzar el disco, se empeñaba en retroceder has el fono de la arena.
- ¿Qué es lo que teme?
- Le preocupa que el disco llegue demasiado lejos y pueda herir a algún espectador –le explico su vecino de asiento.
- ¿Y quién es ese para creerse tan fuerte?
- Es el nieto del que fuera rey de Argos. Se llama Perseo.
Acrisio, sorprendido y asustado, se puso de pie, pero en la otra punta del estadio el atleta acababa de lanzar el disco… El proyectil voló hasta las primeras filas y chocó contra la cabeza de Acrisio, que cayó muerto al instante.
Y así fue como el héroe Perseo mato a su abuelo, cumpliéndose la profecía.
Se quedó espantado por lo que había hecho, pero Dánae lo consoló diciéndole:
- Hijo mío, no tienes la culpa. Nadie puede escapar a su destino y el tuyo es glorioso.
Dánae no se equivocaba. Perseo tuvo con su esposa, la hermosa Andrómeda, una numerosa prole. Zeus se enamoraría de una de sus nietas, Alcmena, como antes se había enamorado de Dánae. Y de la unión de una mortal y de un dios nacería el más insigne y famoso de los héroes: Hércules.
Pero esa…, esa es otra historia.

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domingo, 3 de octubre de 2010

Perseo. (1ª Parte)


PERSEO.
(Primera Parte)

Acrisio, rey de Argos, emprendió viaje a Delfos para consultar a la Pitia. Ésta anciana a veces con la ayuda de los dioses podía predecir el futuro. El rey le preguntó:
- ¿Tendré algún día un hijo?
- No, Acrisio, jamás. Sin embargo, tu nieto, te matará…¡y ocupará el trono de Argos!
Acrisio volvió a Argos y en su cabeza no paraba de repetirse:
- ¡Tengo que evitar que mi hija Dánae tenga un hijo! ¡No ha de nacer!
Así ordenó que su hija fuera encerrada en una prisión sin puerta ni ventana y ordenó que nadie se le acercara. Dánae pensó que no tardaría en morir de pena.
Pero desde el Olimpo, Zeus, conmovido por su infortunio y, sobre todo, seducido por su belleza, decidió acudir en su ayuda.
Una noche, el rey de todos los dioses, penetró en la celda en forma de lluvia dorada y adquirió forma humana como un apuesto joven.
-¡No temas, Dánae! Te facilitaré la huida…
Dánae se rindió ante los encantos de Zeus y meses después dio a luz a un niño de una hermosura y una fuerza excepcionales.
-Te llamaré Perseo.
Pero un día, Acrisio, oyó los gritos del recién nacido y descubrió que su hija sostenía en brazos al precioso niño.
-¡Padre, perdónanos la vida!
Entonces metió a Dánae y a su nieto en un gran baúl. Mandó que cerraran y sellaran el cofre y luego le dijo al capitán de la galera real:
-Carga el cofre en tu barco y ordena a tus hombres que lo tiren al mar lejos de toda tierra habitada.
Tiraron el cofre por encima de la borda y, después de varios días flotando a merced de las corrientes, llegó a una playa donde un pescador descerrajó el oxidado candado.
-Son hermosos como dioses… ¡Pobrecillos están medio muertos!
Dictis, el pescador, los protegió y cuidó durante años, mientras Perseo se convertía en un muchacho fuerte y valiente.
Un día, Polidectes, tirano de la isla de Séfiros y hermano del pescador, atraído por la belleza de Dánae, se los llevó a palacio. Polidectes se había enamorado de ella y la cortejeaba continuamente hasta que Dánae no tuvo más remedio que acceder a casarse con Polidectes para asegurar su supervivencia y la de su hijo.
La fiesta fue suntuosa y cada invitado llevó un regalo como exigía la costumbre. Polidectes dijo de repente dirigiéndose a Perseo:
- Y bien, Perseo, ¿qué te parecen todos estos regalos?
- Majestad, no veo más que objetos vulgares y corrientes.
- ¡Presuntuoso! ¿Qué cosa tan original querías que me trajeran?
- ¡Qué sé yo…, la cabeza de Medusa, por ejemplo!
Un murmullo de pavor corrió por entre los invitados: Medusa era la mayor y la más peligrosa de las tres Gorgonas. Sus cabellos eran serpientes venenosas y aquel que se atreviera a mirarla de frente se quedaba petrificado, además nadie sabía dónde vivían aquellas tres hermanas monstruosas.
- Te voy a tomar la palabra, Perseo. Te ordeno que me traigas la cabeza de Medusa. No vuelvas a aparecer por palacio sin ella.
Al día siguiente, Perseo recorría la costa de Séfiros sin saber adónde ir.
De repente, Hermes, el mensajero de los dioses, el de los pies alados, se presentó ante él:
- ¡En menudo lío te has metido muchacho! No se dónde se ocultan las Gorgonas, pero sus tres hermanas, las Grayas, sí que lo saben. Además poseen tres cosas que son necesarias para que lleves a cabo tu misión. Súbete a mi espalda que yo te llevaré.
Hermes le llevó a una región árida y sombría donde habitaban las tres Grayas. No tenían ni un solo diente y las cuencas de sus ojos estaban vacías. Discutían acaloradamente, mientras se pasaban incansablemente de una a otra…¡un ojo y un diente! Entonces, Perseo les arrebató el ojo y el diente mientras se lo pasaban:
- ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¡Devuélvenos nuestro diente y nuestro ojo!
- Con estas dos condiciones: que me digáis dónde puedo encontrar a las Gorgonas y que me deis las tres cosas que me permitirán luchar contra ellas.
-Está bien. Las hallarás en una cueva en los confines del mundo y aquí tienes las sandalias que te permitirán llegar hasta allí, el zurrón mágico y el casco del dios Plutón que te hará invisible. ¡Y ahora devuélvenos lo nuestro!
Antes de partir a los confines del mundo, Hermes le dijo:
- Mira de no mirar a Medusa ni a sus hermanas o te quedarás convertido en piedra. Ah, ten: te regalo mi hoz de oro; te será útil.
Cuando llegó a la guarida de las Gorgonas, por los alrededores no se veían más que estatuas de piedra. Eran todos los que se habían enfrentado a ellas y que habían quedado petrificados por su mirada. Sin embargo, se adentró hasta el fondo de la caverna. Viendo lo difícil que le resultaría su empresa, imploró a Atenea que acudiera en su ayuda. Un resplandor iluminó la gruta… y Atenea pareció con su coraza y sus armas.
-Me conmueve tu valor, Perseo. Aquí tienes mi escudo. ¡Enfréntate a Medusa sirviéndote de su reflejo!
Perseo comprendió que podría acercarse de espaldas a los tres monstruos presentándoles el escudo de la diosa, liso y bruñido como un espejo. Eran verdaderamente repugnantes, el cuerpo cubierto de escamas y puntiagudos colmillos en las fauces. Perseo, siempre de espaldas y guiado por el reflejo del escudo, llegó hasta Medusa. Entonces se volvió y con la hoz que le había dado Mercurio le cortó la cabeza de un tajo. En seguida cogió el zurrón y metió dentro de él la cabeza. Vio que del cuerpo decapitado de Medusa salía un gran chorro de sangre y que de aquel líquido surgieron dos seres fabulosos. Uno de ellos, un caballo alado de resplandeciente blancura, Pegaso.
Perseo, en ese momento, se puso el casco de Plutón e inmediatamente se hizo invisible. Cuando alcanzó la salida, de un salto subió a lomos del caballo alado y remontaron el vuelo. Del zurrón que llevaba en la mano caían gotas de sangre y cada una de ellas, al llegar al suelo, se convertía en una serpiente. Por eso, hoy día, hay tantas en el desierto.
Cuando Perseo llegó a la isla de Séfiros se presentó ante el rey Polidectes. El soberano le dijo furioso:
-¡Dánae ha huido! Se ha refugiado con mi hermano Dictis en un templo convencida de que los dioses los protegerán. Los tengo asediados. ¿Y tú, de dónde sales?
- Señor, he cumplido lo que me ordenaste: aquí te traigo la cabeza de Medusa.
- ¿Te burlas de mí? ¡Ya me gustaría a mí verla!
Perseo agarró la cabeza de Medusa y se la plantó delante a Polidectes, el cual se quedó convertido en estatua de piedra. Entonces Perseo fue a liberar a su madre y a su fiel protector, Dictis. Los habitantes de la isla de Séfiros, cuando se vieron liberados del tirano Polidectes, le pidieron que se convirtiera en su rey, pero Perseo les respondió:
- No, el único trono al que puedo aspirar legítimamente es el de Argos, mi patria. Y hacia allí voy a dirigirme.

Pero esa…, esa es otra historia…


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miércoles, 1 de septiembre de 2010

Los cisnes salvajes.

Los cisnes salvajes.
(Adaptación del cuento de Andersen).

Allá lejos hubo un rey que tenía once hijos y una hija. Los niños eran dichosos desde el amanecer hasta que se iban a dormir.
Pero pasaron los años y el rey se casó con una reina malvada, que además era bruja, y que quería librarse de los príncipes. La reina confinó a Elisa en casa de unos labradores y convirtió a sus hermanos en grandes cisnes sin voz condenados a volar.
Transcurrieron los años y cuando Elisa cumplió los quince fue llevada a palacio. A la mañana siguiente la malvada reina fue a la sala de baños y al verla tan hermosa decidió alejarla para siempre. Enfurecida, desgarró las ropas de Elisa, enmarañó hu hermoso cabello y le embarró en la cara un asqueroso ungüento. El rey exclamó que esa no era su hija y Elisa huyó por montes y campos decidida a encontrar a sus hermanos aunque en ello le fuera la vida.
Al anochecer llegó llegó a un extenso bosque y a la mañana siguiente se puso en camino cuando se encontró con una anciana que llevaba una canasta de moras. Le preguntó por sus hermanos y ella le dijo:
-No he visto príncipe alguno, pero sí once cisnes que llevaban coronas de oro y nadaban en un río cerca de aquí.
Elisa siguió el curso del río hasta llegar a una playa donde lloró de impotencia ante la inmensidad del mar. De pronto vio en la playa once plumas de cisne. Las juntó en un ramillete y decidió permanecer allí hasta que aparecieran las aves. Por fin aparecieron y se posaron sobre en la arena y Elisa pudo ver cómo al caer el sol las plumas se borraban y aparecían sus once hermanos. Elisa dio un grito de alegría, corrió a abrazarlos y llamó por su nombre a cada uno de ellos. Su hermano mayor le contó que mientras el sol brillaba volaban por el mundo como cisnes salvajes, pero al caer la tarde recobraban su figura humana, por eso debían pisar tierra sólida al llegar el crepúsculo.
Los hermanos emplearon toda la noche en tejer una red para poder llevarla consigo alzada con sus picos. A la mañana siguiente emprendieron el vuelo, cruzaron el mar y pasaron la noche en un diminuto peñasco azotado por la tormenta. Al llegar el alba, volvieron a alzar el vuelo hasta que por fin llegaron al país que era el término de su travesía. Al caer la tarde del tercer día, depositaron a Elisa frente a una cueva para que pasara allí la noche. Elisa se dispuso a dormir cuando deseo:
-Me gustaría soñar la forma de liberarlos del hechizo.
Absorta en esta idea, soñando en los palacios que había visto desde el cielo, una bella hada salió a recibirla:
-Es posible liberarlos, pero tendrás que sufrir mucho para lograrlo. Fíjate en la ortiga que llevo en la mano. Arranca únicamente las ortigas que crecen en los cementerios. Aunque te destrocen la la piel tienes que triturarlas hasta convertirlas en lino. Con él hilarás once túnicas. Cuando las arrojes sobre los cisnes salvajes el embrujo quedará roto. De principio a fin de tu trabajo debes guardar absoluto silencio. Si dices algo, esa sola palabra atravesará como un espada el corazón de tus hermanos.
La mujer tocó la mano con la irritante ortiga y la despertó. En la caverna había una ortiga idéntica a la del sueño. Elisa llena de emoción comenzó su tarea. Trituró las ortigas hasta sacar lino verde y después hiló incansablemente.
Al caer la tarde, cuando regresaron sus hermanos, se alarmaron ante su silencio. Enseguida comprendieron lo que estaba haciendo. El más joven lloró sobre sus manos y desapareció el dolor y se borraron las ampollas.
Elisa ya había terminado la primera túnica cuando escuchó los cuernos de caza. Era el rey de aquel país que al verla en la cueva le dijo:
-¿Por qué te ocultas aquí? Ven conmigo. No puedes quedarte en esta caverna.
Y aunque Elisa lloraba, la montó en su caballo y al galope atravesaron las montañas. La llevó a su palacio y todos se inclinaban ante su radiante hermosura. El rey decidió tomarla como esposa. Únicamente al arzobispo disgustó la idea pues pensaba que se trataba de una bruja que hechizado al rey y enceguecido a todos los demás.
El rey se casó con ella y Elisa sin hablar ni siquiera con el rey, su esposo, continuó tejiendo las capas para sus hermanos. Pero al iniciar la séptima se quedó sin lino verde. Las ortigas que debía cortar con su propia mano se daban sólo en el cementerio. Se disfrazó y salió de palacio y el arzobispo la siguió hasta allí para espiarla. Ahora ya estaba seguro, la reina era una bruja y debía comunicárselo al rey.
La duda entró por primera vez en el corazón del rey cuando escuchó sus palabras. El rey entristeció pero Elisa continuó su tarea. Sólo falta una túnica cuando volvió al cementerio por más ortigas. El rey y el arzobispo fueron tras ella. El rey se negó a ver nada más:
-Que el pueblo la juzgue -dijo el rey. Y el pueblo decidió que Elisa debía morir en la hoguera.
En un sombrío calabozo, a la espera de su muerte, continuó tejiendo la última túnica cuando su hermano menor al fin logró encontrarla. Poco antes del amanecer, los once hermanos se presentaron en palacio solicitando ver al rey, pero antes de que pudieran hablar con él, salió el sol y sólo pudo ver a once cisnes salvajes sobrevolando sobre sus torreones y almenas.
Llegó el momento de la ejecución. Todos los habitantes de la ciudad se reunieron ante la pira en la que la bruja iba morir quemada viva. Elisa fue conducida en una carreta y continuaba torciendo el lino para terminar la undécima capa. Todos se arrojaron contra ella, pero los cisnes batiendo sus alas descendieron hacia la carreta. La multitud retrocedió temerosa. Y cuando el verdugo la tomó de la mano Elisa arrojó las once túnicas sobre los cisnes salvajes. De pronto aparecieron once apuestos jóvenes. Nadie dudó que se trataba de príncipes.
-Ahora ya puedo hablar: ¡Soy inocente!
Y al decir esto se desmayó en brazos de sus hermanos, exhausta por la terrible prueba que había soportado. Entonces aparecieron grandes bandadas de pájaros y las campanas de todo el país se echaron a vuelo.

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domingo, 13 de junio de 2010

El silfo y la princesa.



El silfo y la princesa.

Antes de comenzar esta historia debéis saber que el silfo es una diminuta criatura, algo más grandes que el dedo pulgar, que vive en el interior del tronco de un árbol. Se alimentan de sus savia y se visten con con sus hojas y a cambio él, destruye sus parásitos, limpia su corteza y saca brillo a sus brotes... Es tal la unión que se establece entre ambos, que si el árbol muere, el silfo muere con él.
Un día Gus, un leñador de Las Árdenas, volvió abatido a su choza y sacó de sus alforjas un minúsculo cuerpo sin vida. Los ojos de su mujer Pernette se llenaron de lágrimas y le dijo:

-¡Pobre pequeño! Pero ¿qué ha ocurrido?
-Pierrot, mi aprendiz, ha cortado su árbol sin darse cuenta.
-¡Qué idiota ese Pierrot! No sé porqué cargas con un inútil semejante...
Y comenzó a acunar con tristeza al pequeño cadáver. Al sentir las caricias, el cuerpecillo se estremeció y Pernette extremó sus cuidados, y lo hizo tan bien, que el silfo sobrevivió.
El silfo fue llamado Silvano y durante muchas años no dio más que satisfacciones a sus padres. Les hablaba del bosque, imitaba el sonido del viento, el susurro de las fuentes o el galopar de un cervatillo. Gus y su mujer, nunca habían sido tan felices...
Cierta mañana de primavera, el rey paseaba a caballo por el bosque en compañía de su hija, la princesa Matilda, y fue a pasar por delante de la cabaña donde vivía el leñador Gus y su mujer. La princesa vio a Silvano tumbado tomando el sol en el alféizar de la ventana e inmediatamente lo quiso para ella. El rey, que tenía totalmente consentida a la princesa, se dirigió a Pernette, que estaba sola en casa:

-Ese juguete te lo compro. Te daré el dinero que me pidas.
-¡No es un juguete y no está en venta, señor!
-Ni siquiera por diez mil ducados.
-Ni por todo el oro del mundo. Silvano es mi hijo, la alegría de mi vejez. No puedo separarme de él, ni siquiera por una princesa.
-Pues tendrás que hacerlo. O aceptas el trato, u os mando a la cárcel, ¡a tí y al bribón de tu marido!
Silvano saltó al hombro de Pernette y le dijo al oído.
-Dí que sí madre. Embólsate el dinero y confía en mí. ¡Soy vuestro, bella dama!

Y así fue como comenzó la vida de palacio de Silvano, rodeado de lujos y placeres. Pero Silvano no apreciaba esos privilegios, echaba de menos a sus padres y al bosque. Pronto empezó a pasar todo el tiempo suspirando mientras contemplaba el cielo. Matilda, entoces, comenzó a perder interés por él, pero no estaba dispuesta a devolverle la libertad.

-O tú eres demasiado pequeño, o yo soy demasiado grande. ¿Ay, si fuésemos del mismo tamaño, qué bien me lo pasaría contigo!

Aquello le dio una idea a Silvano. Una noche, se subió a la rata que usaba como montura, y regresó a casa de sus padres. Ellos se llevaron una gran alegría al verlo y, pasada la primera alegría, Silvano les explicó su atrevido plan. Lo primero que hicieron fue ir a por Pierrot, el apuesto jovenzuelo que Gus tenía como aprendiz, que aunque era más simple que un besugo, en sus ojos negros brillaba esa mirada que enamora a las chicas.

-¿Quieres convertirte en príncipe?
-Sí.
-Entonces, sigue mis instrucciones al pie de la letra.

Recogieron hojas de todos los tamaños y formas y le cosieron a Pierrot un traje similar al de Silvano; luego se lo llevó al castillo y le ordenó a Pierrot que subiera por una hiedra hasta la habitación de la princesa. Esta sentado en la ventana contemplando las primeras luces del alba, cuando se despertó la princesa y contempló, en lugar de a un silfo, a un hombre hecho y derecho.

-¿Quién eres?
-Soy Silvano. Tus deseos han sido escuchados: esta noche, he crecido. Ahora soy de tu tamaño... ¡y estoy a tu disposición!

No hace falta que tengáis mucha imaginación para averiguar qué pasó después. Claro..., Matilda y Silvano, se casaron, fueron felices y tuvieron muchos hijos.
En cuanto a Silvano, regresó a su bosque y allí debe de seguir todavía, ya que la vida de los silfos es como la de los árboles: si la idiotez de los hombres no la trunca, ¡puede durar siglos!

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miércoles, 5 de mayo de 2010

El león y el ratón.



El león y el ratón
(Fábula. Esopo)
Una vez dormía tranquilamente un león, cuando un ratón empezó a juguetear encima de su cuerpo. Despertó el león y rápidamente atrapó al ratón. Lo tenía entre sus garras y abrió la boca para comérselo cuando el ratoncito suplicó:

- Por favor, león, rey de los animales, señor de la selva, ¡no me comas! Apenas soy un bocadito. Si me dejas ir, algún día podré ayudarte.

El león lo miró asombrado y se echó a reír:

- ¿Ayudarme, una cosita tan débil y pequeña como tú? Me das tanta risa que, por esta vez, no te comeré.

Pasó el tiempo, pero un día, el león, rey de los animales y señor de la selva, cayó en una trampa que le habían tendido los cazadores. Lo cubría una red muy gruesa y allí quedó atrapado, rugiendo de rabia.
El ratoncito escuchó sus rugidos y corrió hasta él. Entonces, con sus buenos dientes de ratón, empezó a roer la soga hasta que ésta se rompió. ¡Y el león pudo salir por el boquete y librarse de la trampa!
Ese día, el señor de la selva, el rey de los animales, aprendió que todos, hasta los más débiles y pequeñitos, pueden ayudar.

El audio de esta fábula lo tienes aquí
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sábado, 10 de abril de 2010

El ratón de campo y el ratón de ciudad.


En un pequeño pueblo perdido entre montañas, vivía una vez un ratoncito muy simpático y muy trabajador.
Llevaba el ratoncito un buen rato trabajando en el campo, cuando pasó el topo repartiendo el correo.
¡Hay correo para ti!
El ratoncito, que rabiaba de curiosidad, se apresuró a leer la carta.
- Es carta de mi primo, el que vive en la ciudad. ¡Qué bien! ¡Me invita a pasar unos días en su casa!
El ratoncito muy contento porque, por fin, iba a conocer la casa donde vivía su rico primo, preparó un hatillo con cuatro cosas.
Iba dichoso y feliz pues su primo le había hablado de lo bien que vivía en la ciudad: No tenía que trabajar y, además, disponía del mejor queso; y ya sabéis cuánto le gusta el queso a los ratones…
Nada más llegar a la ciudad, tuvo su primer tropiezo. Un coche, con sus negras ruedas, estuvo apunto de aplastarlo contra el asfalto.
- ¡Socorro! ¡Ese monstruo ha estado a punto de matarme!
Cansado y muy asustado, llegó por fin a la casa donde vivía su primo. La dueña de la casa abrió la puerta en ese momento y ¡vuelta a correr…!
- ¡Vamos de prisa! ¡No deben verte! ¡Nadie sabe aquí viven ratones!
- ¡Uy¡ ¡Voy contigo!
Ya más tranquilos, su primo presumía delante de él:
- Como verás, querido primo, aquí tengo de todo y no tengo que trabajar, como tú haces, para conseguir comida.
- Ahora que la mencionas, no estaría mal comer algo. Llevo todo el día sin probar nada.
- Eso está hecho.
Su primo le llevó a la cocina y aprovechando que el palo de la escoba estaba
apoyado sobre el mueble, comenzaron a trepar por él. El pobre ratón de campo que estaba agotado, llegó arriba con mucho dificultad.
- Vamos, primo, un último esfuerzo.
-¡Ay, no puedo más!
Al final, recibieron su recompensa, un delicioso queso para ellos solos.
- ¡Qué rico está!
De repente, apareció el que faltaba, el señor gato:
- ¡Mira que agradable sorpresa! ¡Mi amiguito tiene visita! Encantado de conocerte, monín.
En ese momento, los dos ratones se arrojaron al suelo y comenzaron a correr.
- ¡Sálvese quien pueda! ¡Que nos pilla!
- ¡Ay, aquí no hay quien pare! ¡De ésta no salgo!
- No corráis tanto, ratones. ¡Oye, tú, no sean mal educado, preséntame a tu amiguito!
Cuando, por fin salieron de ésta, el ratón de campo cogió su hatillo y le dijo a su primo:
- Ahí te quedas, querido primo, prefiero un mendrugo saboreado con tranquilidad en el campo que un banquete rodeado de peligros en la ciudad.
El audio de esta fábula lo tienes aquí.
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sábado, 6 de marzo de 2010

¿Qué hace el ratoncito Pérez con los dientes?




¿Qué hace el Ratoncito Pérez con los dientes?
(Adaptación de un texto de Chantal Crovi).
Cuando a Cristina se le cae un diente lo coloca debajo de la almohada y por la noche viene el ratoncito Pérez a buscarlo. Ya se le han caído a Cristina tres dientes y el ratoncito viene a recogerlos puntualmente sin decir a dónde se los lleva, naturalmente.
Un día le preguntó a su padre:
- ¿Pero qué puede hacer el ratoncito con todos mis dientes? ¿Para qué quieren los ratoncitos todos los dientes que recogen en las casas de la gente? ¿Acaso los utilizan para sustituir los que a ellos se les han roto?
- Nada más simple. Busca un agujero de ratón a ras de suelo, estírate boca abajo y mira por él. Verás qué pasa dentro.
Cristina encontró un orificio de ratón debajo del aparador del comedor, pegó el ojo en el agujero y vio, al otro lado del muro, una verdadera ciudad de ratones. Corrían en todas direcciones, empujando carretillas vacías, estirando cordeles. Un gran ratón lanzó un silbido y gritó:
- Atención, cada uno en su lugar de trabajo, aquí llega el convoy de la noche.
Decenas de ratoncitos y ratitas arrastraban carros repletos de dientes recolectados debajo de las almohadas. Los había de todos los gustos: dientes jóvenes, viejos, dientes blancos, careados, puntiagudos y planos.
Cada ratoncito descargó su carretón en la plaza y a la hora del mercado, los ratoncitos gritaban.
- Vengan a ver mi lote de dientes. ¡Dientes frescos, dientes frescos!
Una pequeña ratita dijo:
- Quiero tres dientes huecos para hacer tazas de café.
Y un ratón gordo gruñó:
- Le he encargado cinco dientes dorados para terminar mi palacio. Dese prisa en dármelos.
Y un ratón de largo morro pidió:
- ¿Tendría un gran canino?
- Estoy desolada, no me queda más que un diente de leche.
Cristina se sobresaltó:
- ¡Es mi diente! Lo reconozco.
Pero los ratoncitos no la oían. El agujero era demasiado pequeño para dejar pasar la voz.
Un joven ratoncito se acercó y preguntó:
- ¿Está en venta este diente de leche? Es lo que estaba buscando: tierno y limpio. Haré con él cuatro anillos para las patitas de mi novia.
Y se lo llevó encantado. Cristina estaba sorprendida.
- ¡Hacer cuatro anillos con mi diente de leche! Es una idea extraña…
Estaba contesta de saber lo que los ratoncitos hacen con todos los dientes y al alejarse del agujero de la pared, se preguntó un poco preocupada:
-¿Será mi diente de leche suficientemente bonito para un anillo de prometida?

El audio de este relato lo tienes aquí.
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miércoles, 3 de febrero de 2010

El señor de los siete colores.

 

El señor de los siete colores.
(Leyenda mazateca, México)

Cuenta que hace mucho tiempo el arco iris era un señor muy pobre. Tan pobre que no tenía ropa que ponerse.
Su desnudez le apenaba mucho y decidió un día buscar una solución, pero no se le ocurría nada:
-¿De dónde voy a sacar yo ropa?
Y se ponía aún más triste.
Un día brillo en el cielo un gran relámpago, y decidió ir a visitarle.
-Tal vez el pueda ayudarme.
Así que se puso en camino y, después de varios días de viaje, llegó ante él.
Mientras le contaba sus penas, el relámpago le miraba con tristeza y parecía estar pensativo. Hasta que habló:
-Grande es mi poder, pero no tanto como para darte ropa. Sin embargo tu historia me ha conmovido y por eso te voy a hacer un regalo. Te voy a dar siete colores. Con ellos podrás pintarte el cuerpo y vestirte para siempre. Además, aparecerás ante la gente después de las tempestades y anunciarás la llegada del sol. La gente te querrá y te mirará con asombro.
Y así fue como, a partir de ese momento, al arco iris se le llamó el Señor de los Siete Colores. Y, como me lo contaron, te lo cuento.


El audio de este relato lo tienes aquí.
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miércoles, 6 de enero de 2010

Los músicos de Bremen.





LOS MUSICOS DE BREMEN


Había una vez un molinero que tenía un burro; y ese burro se llamaba Orejas Largas. Orejas Largas había sido siempre un fiel servidor de su amo, pero los años no pasaban en balde y, Orejas Largas, se encontraba cada vez más mayor y cansado. El molinero, que consideraba que su burro ya no le servía para trabajar, le dijo que lo iba a llevar al descuartizador para venderlo como carne. Y el pobre Orejas Largas estaba muy apenado:
- Así es como me pagan tantos años de servicio. Dejaré a mi amo y me iré..., me iré..., ¡a la ciudad de Bremen! Y allí trabajaré..., trabajaré..., ¡como músico!
Y así fue como Orejas Largas emprendió su camino rumbo a la ciudad de Bremen.
Al poco rato, a un lado del camino, se encontró con un perro.
- ¿Qué haces aquí, Gran Ladrido?
- Ya ves, aquí estoy; descansando un rato, viendo el camino.
- Y ¿qué te pasa que estás tan triste?
- Mi amo me ha echado... Dice que ya no corro como antes y que ya no sirvo para cazar..., y me ha echado.
- Entonces, ¡vente conmigo! A mi también me han echado. Voy a la ciudad de Bremen. Voy a convertirme en músico de la ciudad. Me gustaría mucho que me acompañaras...
Y el perro emprendió con el burro la dirección que él llevaba: ¡La ciudad de Bremen!
Al poco tiempo, en un cruce de caminos, se encontraron al gato.
- ¿Qué haces ahí, Terror de los Ratones?
- Estoy recuperando el aliento. Mi amo, el granjero, dice que ya no sirvo para cazar ratones, que soy demasiado viejo.
- A nosotros también nos han echado. Vamos a convertirnos en músicos en la ciudad de Bremen. ¡Vente con nosotros!


Y los tres enfilaron el camino: ¡Siempre rumbo a la ciudad de Bremen!
Y llegaron a un pueblo, y cruzaron el río y se encontraron con una granja; y en la granja, una valla; y en la valla, el gallo.

- ¿Qué haces señor Cantamañanas?
- Que...,¿qué hago ? ¡que...¿qué hago?! Cacarear, cacarear, y nada más que cacarear porque si no cacareo.... Mi amo..., psiii..., ¡prestad oído!

Era el granjero que en la cocina estaba afilando, bien afilado, ¡el cuchillo! El próximo día tenía invitados: sus vecinos venían a cenar.

- ¿Habéis oído? ¡ Habéis oído ! Es el cuchillo de mi amo. Mañana tiene invitados y, como tiene invitados, no se le ha ocurrido mejor idea que ponerme a mí como plato: ¡ Sííí ! Primero, me va a cortar el pescuezo; luego, me va a desangrar; después, me va a poner en un barreño con agua caliente para quitarme todas las plumas; luego, me va a trocear: ¡Clan, clan, clan! Y, finalmente, me va a echar en una cacerola, junto con otras cosas, y me va a cocinar.

- Mira, gallo, nosotros vamos a ser músicos en la ciudad de Bremen. Quizás a ti también puedan contratarte. ¡Vente con nosotros!
Y los cuatro amigos- perro, burro, gato y gallo -siguieron el camino siempre rumbo a la ciudad de Bremen, donde esperaban encontrar una nueva vida y fortuna.
Al caer la tarde divisaron la luz de una cabaña. Se dirigieron sigilosamente a ella y el burro se acercó a la ventana para ver qué había adentro.
- ¿Qué pasa?, ¿qué pasa?-, preguntó, inquieto, el gallo.
- Veo una mesa repleta de comida y a siete bribones dispuestos a un festín.
- Hay que hacer algo. ¡Hay que hacer algo! Se nos tiene que ocurrir alguna idea.
Y esa idea se les ocurrió. El burro colocó sus patas delanteras en el alfeizar de la ventana; el perro, de un salto, se situó a lomos del burro; encima de él fue a parar el gato; y coronando esta torre, el gallo encontró su asiento. Y de repente, los cuatro músicos que iban a Bremen, comenzaron su concierto.
Y los siete bribones, aterrorizados por el estallido de los cristales y por los animales que se les echaban encima, se precipita­ron sobre la puerta; tomaron el patio y se internaron en el bosque, donde esperaron a que se les pasara el miedo.
Mientras tanto, nuestros cuatro amigos, se dieron el gran festín. Y, cuando tuvieron sueño, se fueron a dormir. El burro fue a tumbarse sobre la paja, en el patio; el perro, detrás de la puerta; el gato, junto a la estufa; y gallo se encaramó en lo alto de la chimenea.
Pero mientras ellos dormían, el jefe de la banda encargó al bribón más bobo de todos los bobos de todos los bribones, que fuera a echar un vistazo para ver qué ocurría en la cabaña. Este llegó a ella. Todo estaba quieto, todo estaba oscuro, sólo el resplandor de unas ascuas refulgían en la noche. Pero no eran unas ascuas:¡Eran los ojos del gato!
El bribón más bobo de todos los bribones, dirigió sus pasos hacia la puerta; entró dentro de la cabaña con la intención de avivar las ascuas para tener algo de luz y, en ese momento, ¡zas!, el gato se abalanzó sobre él y le arañó la cara. Asustado, se fue hacia la puerta y el perro le dio un mordisco en la pierna. Al llegar al patio, ¡pum!, el burro de una coz lo mandó a la chimenea; donde el gallo, con media docena de picotazos, se encargó de rematar la faena.
Y suerte tuvo este bribón que pudo contar a sus compinches lo que le había pasado:
- En la cabaña hay una bruja, muy bruja. ¡Mirad, mirad lo que me ha hecho en la cara! ¡Mirad qué arañazos! Pero, ahí no acaba eso: En la puerta un ayudante te mete unas cuchillas... ¡Mira, mira lo que me ha hecho! Luego llegas al patio y de dos puñetazos- ¡como si fueran coces! -, te mandan a la chimenea, donde tiene otro ayudante que te hace esto que tengo en el cuello. ¡Mira! Yo, me voy.
Y los siete bribones se dieron a la fuga con la esperanza de encontrar otro bosque y otra cabaña donde poder seguir planeando sus fechorías.
Y..., nuestros cuatro amigos,- perro, burro, gato y gallo -vivieron felices y contentos en la cabaña del bosque. Y allí entona­ron los más hermosos conciertos..., aunque nunca hubiesen ido a la ciudad de Bremen.

Y..., agh, agh, agh..., colorín colorado..., guau, este cuento..., ¡kikirikííí!, se ha terminado...., miauuu...

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