lunes, 15 de junio de 2009

Incendio en los arrozales.


EL INCENDIO DE LOS ARROZALES


Había una vez un viejo muy sabio, que vivía en lo alto de una montaña, allá en el Japón. Alrededor de su casa, la tierra era llana y fértil y estaba toda cubierta de arrozales. Los arrozales pertenecían a la gente de un pueblecito situado más abajo, entre la alta montaña y el mar azul. Como la playa era tan estrecha, los campesinos habían hecho sus arrozales en la montaña. Todas las mañanas y todas las noches, el viejo y su nietecito que vivía con él, miraban el ir y venir de la gente en la estrecha calle del pueblo. Al pequeño le gustaban los arrozales, sabía que ellos le procuraban el alimento, y estaba siempre dispuesto para ayudar a su abuelo.

Un día, el abuelo estaba de pie ante la casa y miraba a lo lejos cuando, de pronto, vio algo muy extraño en el horizonte. Una especie de gran nube se levantó allí, como si el mar hubiera subido hacia el cielo. El viejo miró más fijamente y enseguida entró en la casa.

- ¡Yone! ¡Yone! Coge un tizón de fuego y tráelo aquí.

El pequeño Yone no comprendió para qué necesitaba fuego su abuelo, pero obedeció y llegó corriendo con un tizón. El viejo cogió otro y corrió hacia el arrozal más próximo. Yone le seguía extrañado. Pero, cuál no fue su espanto, al ver a su abuelo lanzar el tizón encendido en el campo del arroz.

-¡Oh, abuelo! ¿Qué haces?

-¡Deprisa, deprisa, echa el tuyo! ¡Prende fuego!

Yone creyó que su abuelo se había vuelto loco, y se puso a llorar; pero un niño japonés obedece siempre, de manera que, aún llorando, lanzó su antorcha en medio de las espigas, y una llama roja subió sobre los rastrojos, secos y apretados. El humo negro se elevaba hasta el cielo y las llamas se extendían devorando la preciosa cosecha.

Desde abajo, el pueblo vio aquel espectáculo y lanzó un grito de horror.

¡Ah! ¡Cómo corrían y trepaban todos a lo largo del sendero tortuoso! Ni uno solo quedó atrás. Cuando llegaron a la planicie y vieron sus arrozales devastados de aquella manera, gritaron con rabia:

- ¿Quién ha hecho esto? ¿Cómo ha sucedido?

- He sido yo quien lo ha incendiado.

- Es cierto. El abuelo lo ha incendiado.

La gente se acercó a él amenazándole con sus puños y gritando:

-¿Por qué, por qué? ¿Por qué lo has hecho viejo loco?

El viejo se volvió, y extendió la mano hacia el horizonte.

- Mirad allí.

Todos se volvieron y miraron. Y en el lugar donde el gran mar azul se extendía tranquilo unas horas antes, se levantaba ahora una espantosa muralla de agua desde la tierra hasta el cielo. No se oyó un solo grito. Aquella visión era terrible.

Unos momentos de espera... los corazones latían... y la muralla de agua rodó hacia la tierra y se abatió sobre la playa rompiéndose con un ruido espantoso contra la montaña. Una ola tras otra... no se veía más que agua; el pueblo había desaparecido.

Pero los habitantes se habían salvado. Y cuando comprendieron lo que el viejo había hecho, le rodearon de honores y cuidados, ya que gracias a su presencia de espíritu les había salvado del maremoto.


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martes, 2 de junio de 2009

Seres Fantásticos I: Las hadas.



Las hadas.

Preguntadle a alguien si cree en las hadas. Pocos confesarán que creen ellas, pero hubo un tiempo en el que el hombre y la naturaleza vivían en unión y las creía tan reales como nos son hoy un frigorífico o el televisor.

Cuentan que hace mucho tiempo, en el valle de Yorkshire, en Inglaterra, una lechera ordeñaba cada mañana las vacas de su granja, y era tan excelente la leche que daban, que todos sus vecinos disputaban por comprarla y que no les faltara. Pero esto unos años antes no era así. Veréis, la lechera notó que una de sus vacas, la mejor, había dejado de dar leche. No parecía enferma, sin embargo de sus ubres no se extraía ni una sola gota de leche. ¡Oh, misterio! La lechera recordó entonces un remedio que le había enseñado su abuela. Colocó en una esquina del establo un trébol de cuatro hojas, el cual tenía el don de alejar los malos espíritus. No sabía la pobre mujer que el trébol, si lo dejaba varias horas sin moverlo, anulaba la magia de las hadas y las hacía visibles a los ojos humanos. ¡Imaginaos la sorpresa que se llevó la lechera cuando descubrió a unas cuantas diminutas hadas que se llevaban en un cubo la leche de su vaca!

-¿Qué estáis haciendo? –les gritó.

Las hadas le contaron que la princesa Isayn había tenido un nuevo hijito y que no tenía leche suficiente para alimentarlo y el pequeño era muy tragón... Las hadas le prometieron que si les dejaba retirar la leche hasta que el bebé creciera, nunca le faltaría la leche en su granja.

Y así fue cómo la mujer consiguió hacerse con la mejor leche de la comarca, gracias a las hadas.



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